Teatro. Alicia Montesquiu y Gabriel
Olivares estrenan en el Fernán Gómez 'Las hermanas de Manolete' vilipendiadas
en su día por la España pacata de los 40
Alberto Ojeda / elespañol A la actriz y
dramaturga Alicia Montesquiu le golpeó duro una información que, según revela a
El Cultural, leyó en la prensa en torno a las hermanas de Manolete. Al parecer,
una vez fueron a verle a la plaza de Córdoba y el público, congregado para
vitorear al mítico diestro, se volvió contra ellas y las abucheó. Silbidos e
insultos al unísono. Vergüenza. “Por lo que hay publicado, las dos hermanas
mayores fueron prostitutas. Aquel suceso me impactó mucho”, explica. Tan
áspera se puso la situación que las dos mujeres tuvieron que hacer mutis del
coso.
Esa escena es el chispazo que la movió a escribir Las
hermanas de Manolete, obra que estrena este sábado en el Teatro Fernán
Gómez, con Gabriel Olivares en la dirección e interpretada por la propia
Montesquiu, Alicia Cabrera y Ana Turpin. “A partir de ahí articulé una historia
de ficción en clave de tragicomedia, con tono berlanguiano, que refleja lo dura
que fue la vida al lado del torero”. Montesquiu ha trabajado durante un año
peinando fuentes para otorgarle rigor historiográfico a su ‘relato’ escénico.
No ha sido un proceso fácil. “Sobre la familia del torero no hay muchas
cosas, aparte de la información sobre la madre puramente biográfica”.
Ante esa dificultad, ha optado por trazar a estos
dos personajes femeninos como arquetipos válidos para representar al grueso del
universo femenino en aquella España de los años 40, la de las cartillas de
racionamiento, el aceite de ricino, los estraperlistas y el hambre, tanta
hambre. “Y machismo. Muchísimo”, añade a la enumeración Montesquiu, que
reprocha al matador que, en aquella ocasión, no saliera en defensa de sus
vilipendiadas hermanas abandonando ipso facto la plaza. No lo hizo y, a
su juicio, “eso cuenta mucho”, dando por hecho que tuvo constancia en directo
del incidente.
Dicho esto, también rompe una lanza en favor Manuel
Laureano Rodríguez Sánchez, que es como realmente se llamaba. Este se crio en
un matriarcado. Dicen -¿rumor fundado?- que cuando volvía de las corridas, ya
de madrugada, se metía en la misma cama de su madre. Era, según esa
perspectiva, un vitellone (como denominan los italianos a los hijos
incapaces de romper amarras con sus madres) de manual. Un hombre pues abducido
por el complejo de Edipo. Las hermanas pululaban alrededor, discretas. Manolete
el chico de sus entretelas, colocado por todas ellas en un pedestal.
En principio, Manolete no se atrevía, por
costumbre, a contradecir la autoridad de su madre pero cuando se encaprichó de
la avanzada Lupe Sino (otra figura crucial en la función) y se fue a vivir con
ella la relación con su familia se tensó. Porque él intentó, esta vez sí,
mantener su posición. Y tuvo que enfrentarse a su conservador entorno. “Era
un hombre mucho más sensible que la mayoría, no le importaba que Lupe Sino
fuese liberal, que no pudiera tener hijos, que ya se hubiese casado antes,
y un sinfín de cosas que en la época eran tabú”, apunta Montesquiu. Y añade,
para precisar su visión de tótem de la tauromaquia: “Era moderno para su época,
en el vestir siempre a la última y muy personal, en las juergas- lo probó casi
todo-, en su corazón… Pero era hombre y torero en los años 40, así que no era
precisamente el adalid del feminismo”. Claro.
La puesta en escena es cambiante y sorprendente,
con toques hiperrealistas, según Montesquiu. “El vestuario es de la época y
cuidado al detalle. Hasta tal punto que aparece una copia del traje de luces
con el que murió Manolete en la plaza de Linares”. Que no era de purísima y
oro, como ha grabado Sabina en el inconsciente colectivo, sino de rosa palo y
-eso sí- oro.