Joselito con su cuadrilla en plena faena de albañileria...
Estampas de otros tiempos
El Ruedo
Semanario grafico de los toreros
Año II - Madrid 18 abril 1945 - Numero 45 - p. 20
No debe resultar extraño que hoy en nuestra rebusca por el archivo tras la fotografía curiosa de otros tiempos, aparezca Gallito subido en un andamio portador de un cubo y sirviéndose de su cuadrilla en la construcción de una plaza situada en un cortijo próximo a Sevilla.
¿Es su afán de saber lo que a ello lo arrastra? ¿Es una eutrapelia de matador de cartel y de tipo de propaganda? No importa, en realidad, lo que a ello le ha arrastrado. Hay que ver en esta fotografía únicamente lo curioso del asunto. Es menester apreciar, sobre todo, el sentido de humor de este gran sevillano, que lo mismo se sentía capaz despachar una corrida de seis Miuras que una plaza para lidiarlos. Y siempre con sus hombres, con su cuadrilla. Con los de su confianza. Sánchez Mejías, Camero...
Y si los demás no están delante del objetivo fotográfico no andarán muy lejos. Admiradores al mismo tiempo que servidores del genial espada, seguían de cerca a este en las faenas de invierno. Y no era para ello óbice encontrarse delante un muro que levantar hasta donde fuese necesario, porque tampoco les había importado antes –en la temporada de verano- el enfrentarse con todos que pastaban en las tierras salmantinas y andaluzas a la vez. Llevan delante una cabeza capaz de todo eso y más, y por se sentían dispuestos a todo.
¡Qué les iba a importar, por tanto, esa Placita!
Pero no es esto solo, este gran torero casi único en la historia de la tauromaquia, aun sin el quererlo, da gran ejemplo de humildad al encargase de estos menesteres. El dio siempre ejemplo —por eso no nos ha de extrañar esto— porque supo poner su pundonor en el ruedo muy alto y mantenerlo a través de sus veinticinco años de vida -cortos para una vida tan grande-. Y se superó corrida tras corrida, buscando las dificultades. Y así como en su vida de invierno buscaba la garrocha —verdadera obsesión de su existencia—
Para derribar toros e irse perfeccionando en su manejo y en la monta, quizás sintiese la necesidad de ver los inconvenientes que había en levantar o blanquear unas paredes. El quería saber, y la construcción era una manera de instruirse en algo que verdaderamente le importaba: levantar el edificio de su reputación profesional, y con unos cimientos capaces de sostener muchos pisos. Un rascacielos, que es adonde llegó. Y si la muerte no nos lo hubiese llevado tan prematuramente, quién sabe a qué altura se encontraría ahora el edificio, ese edificio taurino que él supo levantar con la gracia incomparable de su arte cada, vez más centrado y seguro, más personal y tan caristiamente suyo. Inimitable.
¡Pero murió en Talavera un 16 de mayo...!
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