Un éxito
como el de Morante debe servir para resucitar el interés por la Tauromaquia en
quienes se alejaron de ella.
Nada como el triunfo de Morante para que los taurinos exhiban una alegría sin complejos
Los toreros eran héroes en la España de los 50, 60
y 70, atesoraban el valor del prestigio, eran admirados y abordados en la calle
al ser reconocidos por el buen vestir y por unas hechuras características por
los andares. Las formas reconocían al torero en la plaza y fuera de ella.
La fiesta quedó en jaque hace años por motivos
varios, no solo por las ofensivas animalistas. Los años de toros mansos, el
rechazo de grandes figuras a bajar sus cachés y, por supuesto, la estrategia
manipuladora y oportunista de determinados partidos políticos al identificar
los toros con una derecha dura próxima al fascismo y, cómo no, con todo lo que
identifica a la España cañí.
Nada mejor para el futuro de la fiesta que haya
buenos espectáculos que generen afición, que los toros embistan, se consagren
las figuras, se llenen las plazas, la televisión centre de nuevo su atención en
la emisión de los festejos y no sólo en los informativos en caso de cornadas
graves.
El triunfo de Morante de la Puebla en Madrid tiene
muchos efectos positivos, sobre todo de cara a las nuevas generaciones. La
celebración callejera con el torero a hombros y el posterior saludo desde el
balcón del hotel Wellington, con batín y copa, ofrecen una imagen natural y
desacomplejada que permite a los taurinos expresarse en público, mostrar el
júbilo del éxito y, en general, ofrecer la imagen de un espectáculo con
capacidad para generar felicidad y orgullo.
Una cosa es que el fútbol se haya convertido desde
hace muchos años en el espectáculo de masas por antonomasia y otra muy distinta
que los toros no defiendan su espacio propio al margen de tendencias en contra
y de enemigos probados tanto en los ministerios como en las atalayas de
opinión.
Un éxito como el de Morante debe servir para
resucitar el interés por la Tauromaquia en quienes se alejaron de ella. Las
jornadas de puertas abiertas en las plazas, las escuelas, los foros culturales,
los museos y, por supuesto, la apuesta de gobiernos regionales por los toros
son medidas muy importantes, pero dependientes siempre de que haya buenos
espectáculos.
Un acto de libertad como es un festejo taurino debe
ser rentable, o sencillamente dejará de ser. Solo una ristra de éxitos
tronantes sacarán a los toros del debate político y de la lucha ideologizada.
Morante es un ejemplo de generosidad con la fiesta cuando más se necesitan
actitudes con altura de miras. Lo ha demostrado al facilitar y promover la
retransmisión en directo de varias corridas de Sevilla. Cada uno debe poner de
su parte. No hay ministro sectario que valga si los taurinos hacen los deberes.
Sólo así la fiesta recuperará mucho del prestigio perdido por culpa de tantos
mansos en los ruedos y en los despachos. Es la hora de los románticos. Y de la
generosidad.
Nada como el triunfo de Morante para que los
taurinos exhiban una alegría sin complejos
/// El
Día de Córdoba / Carlos Navarro Antolín cnavarro@grupojoly.com
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