Por. Guillermo Rodríguez.
Ahora que se ha puesto de moda el niño torero Marco Pérez, viene a cuento la cuestión de si es el toreo un arte que se deba empezar a practicar desde una edad temprana, so pena de perder el tren que conduce al estrellato en tan dura profesión.
En un artículo admirable, el finado Antonio Caballero tocaba el tema con insuperable agudeza, comparando el ejercicio del toreo con el de la música, donde al parecer sí es absolutamente obligatoria una dedicación total desde la niñez, mientras más temprano, mejor. Y qué mejor ejemplo que el prolífico y prodigioso W. A. Mozart.
Pero repasando la historia de la tauromaquia, el imperativo de la edad no resulta tan categórico, aunque sea indudable que algunas de las mayores figuras de la fiesta empezaron muy precozmente aquello en lo que andando el tiempo habrían de sobresalir como maestros consumados. La edad digamos normal a la que los toreros toman la alternativa se puede situar entre los 18 y los 22 años. De acuerdo con esto, los casos de genuina precocidad son realmente pocos, lo cual no significa que quien se doctoró cuando su edad estaba comprendida entre los límites señalados no haya empezado a torear desde niño. Tampoco significa, por supuesto, que empezar a torear desde pequeño garantice el advenimiento de una futura figura, como lo evidencia que una mayoría de aspirantes, independientemente de la edad a la que hicieran sus pininos en el arte de Cúchares, no llegan a consolidarse ni siquiera como novilleros. Y, a la inversa, figuras importantes ha habido que alcanzaron el doctorado cuando ya eran hombres hechos y derechos, de 23 años o más.
No obstante, vale la pena recordar cuáles han sido los casos de precocidad más notables en la historia del toreo. Sin olvidar algunas alusiones a la circunstancia contraria.
Niños prodigios. Es fama que el genio torero de Francisco Montes “Paquiro” y Francisco Arjona Herrera “Curro Cúchares” se manifestó cuando eran apenas unos críos, discípulo el primero de la Escuela de Tauromaquia instituida en Sevilla por Fernando VII hacia 1830, y el segundo en el matadero de San Bernardo de la misma metrópoli andaluza. Les tocó una época en que había que escalar desde el grado de subalterno joven, bajo la protección de algún matador reconocido, e ir ascendiendo a sobresaliente de espadas para, por fin, alcanzar la alternativa. Ese, precisamente, fue el camino seguido por maestros históricos del XIX como Rafael Molina “Lagartijo”, Salvador Sánchez “Frascuelo” o Rafael Guerra “Guerrita”, por citar sólo a las figuras señeras del último tercio del siglo antepasado. Gallito, Armillita Chico y Chicuelo. El primer adolescente en convertirse en matador fue el gran Joselito –José Gómez “Gallito”–, que al recibir en Sevilla la alternativa de su hermano Rafael (28.09.1912) contaba apenas 17 años, cuatro meses y veinte días, pues había nacido en Gelves el 8 de mayo de 1895. Más joven aún, Fermín Espinosa “Armillita” alcanzó el grado de doctor, pues había nacido en Saltillo el 3 de mayo de 1911 y no pasaba de los 16 años, cinco meses y veinte días cuando Antonio Posada le entregó muleta y espada en El Toreo de la Condesa (23.10.27). Tanto José como Fermín se habían iniciado en el arte al lado de otros becerristas de su edad, Gallito en la Cuadrilla de Niños Sevillanos, de la que su pareja, José Gárate “Limeño”, también llegó a matador, aunque su carrera fue corta e intrascendente; y Fermín, a los 12 años, alternaba con otros pequeños aspirantes como Manuel Vara “Varita” y Paco Gorráez, de los cuales solamente Paco tomó la alternativa hasta en dos ocasiones sin pasar de medianía en el escalafón de la época de oro del toreo en México.
El caso de Manuel Jiménez “Chicuelo” no es menos sugestivo. Como los dos anteriores, procedía de una familia de fuerte raigambre taurina, hijo del diestro homónimo y sobrino de otro modesto matador, “Zocato”, que a la prematura muerte del padre lo tomó en adopción. A finales de la década del 10, hacían pininos por el campo bravo de Salamanca un terceto de prometedores becerristas: Chicuelo había nacido en Sevilla, en las cercanías de la Alameda de Hércules (15.04.1902), Juan Luis de la Rosa era jerezano y Manuel Granero valenciano. A poco se les agregó un salmantino, José Amorós. Todos tomarían sus alternativas bastante jóvenes, pero ninguno con tan poca edad como Manuel Jiménez, de manos de Juan Belmonte y en la mismísima Maestranza sevillana (28.09.19), minutos después de que en la efímera Monumental de la misma torerísima ciudad Joselito hiciera matador al jerezano La Rosa. El gran Chicuelo contaba 17 años, cinco meses, 13 días. Fermín Rivera, Pepín, Luis Miguel. Fermín Rivera Malabehar nació en San Luis Potosí el 20 de marzo de 1918 y en la temporada chica de 1935 en El Toreo su precoz torerismo asombró a todo mundo, saliendo en hombros más de media docena de veces.
Naturalmente, eso le abrió las puertas de la alternativa, otorgada por su tocayo Armillita el 8 de diciembre del mismo año, cuando contaba 17 años, ocho meses y 19 días. Unos años después, al otro lado del Atlántico, el sevillano Pepín Martín-Vázquez Bazán –que pudo ser primerísima figura y se quedó a medio camino por culpa de una terrible cornada—se doctoraba en Barcelona apadrinado por Domingo Ortega (03.09.44), 27 días después de cumplir los 17 años, pues había nacido en Sevilla el 6 de agosto de 1927.
Un caso atípico –como casi todo en él—fue el de Luis Miguel (González Lucas) Dominguín, cuyo natalicio se registra en Madrid el 9 de diciembre de 1926, pues resulta que Domingo Ortega le confirió una alternativa no válida en España en la plaza Santamaría de Bogotá (23.11.40), por lo que habría matado su primer toro cuando frisaba apenas los 14 años. Pero, como decía, fue una alternativa sin consecuencias prácticas, pues de vuelta a su país hizo varias campañas novilleriles hasta que el propio diamante de Borox lo doctoró con todas las de la ley en La Coruña (02.08.44), a sus 17 años, siete meses y 26 días. Eloy Cavazos y Curro Rivera. De vuelta a México, nos encontramos con que Eloy Américo Cavazos Ramírez, natural de Guadalupe, Nuevo León (25.09.49), que fue niño torero y precoz as novilleril, recibió el doctorado de Antonio Velázquez en la Monumental de Monterrey (28.09.66) tres días después de su cumpleaños número 17. Por su parte,
Francisco Martín Rivera Agüero –Curro Rivera—, hijo del maestro potosino Fermín Rivera, representa el único caso de precocidad por segunda generación consecutiva dentro de la misma línea familiar, pues habiendo nacido en México DF el 17 de diciembre de 1951, recibió muleta y estoque de Joselito Huerta en Torreón (14.09.68) cuando aún no alcanzaba la mayoría de edad, puesto que tenía 17 años, ocho meses y 27 días. Emilio Muñoz y José Cubero “Yiyo”. Celebrado como niño prodigio cuando apenas levantaba tres palmos del suelo, el trianero Emilio Muñoz Vázquez (Sevilla, 23 de mayo de 1962) se convertía en matador de toros de manos de Francisco Rivera “Paquirri” (Valencia 11 de marzo de 1979) a la tierna edad de 16 años, nueve meses y 18 días. Posteriormente, su carrera conocería toda suerte de altibajos, pero es indudable su proyección de figura en varios tramos de la misma.
El malogrado José (Sánchez)
Cubero “Yiyo” fue otro llamativo caso de precocidad; había nacido en Burdeos,
Francia (16.04.64) en el seno de una familia española, creció en el barrio
madrileño de Vallecas y recibió la alternativa en Burgos (30.06.81), otorgada
por Ángel Teruel, lo que significa que era ya matador a los 17 años, tres
meses, 14 días. Madrid lo consagró en la isidrada del 83, y la cornada mortal
de “Burlero”, de Marcos Núñez, lo hizo entrar en la leyenda cuando acababa de
cumplir 21 años (Colmenar Viejo,
30.08.85).
El Juli, el más joven de todos. El caso más asombroso lo encarna Julián López Escobar “El Juli”, nacido en Madrid el 3 de octubre de 1982, por lo que al recibir los trastos toricidas que le entregó José Mari Manzanares en Nimes (18.09.98) aún no cumplía sus 16 años, para lo cual faltaban exactamente 15 días. Eso lo convertía en el matador con alternativa más joven de la historia –si hacemos a un lado aquel doctorado un tanto ficticio de Luis Miguel en Bogotá–, estableciendo una marca que sigue vigente y que no podrá ser quebrada por Marco Pérez, quien apenas prepara su primera campaña cuando al parecer ya rebasa los 16 años.
Como contraste, los “viejos”. Pero el toreo es tan imprevisible en todos los órdenes que, así como suele premiar la precocidad, también sabe consagrar a quienes pisaron ya maduros sus arenas, siempre que muestren las cualidades necesarias para ser gente en el mundo del toro. Unos cuantos casos notables pueden servir para ilustrarlo. Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 06.06.1891) tomará la alternativa con más de 27 años (Barcelona, 16.03.19); Domingo (López) Ortega (Borox, 25.02.1906), con 25 recién cumplidos (Barcelona, 31.03.31); el gaditano Rafael Ortega Domínguez con 28 años, dos meses y 28 días (Isla de San Fernando, 04.07.1921 / Madrid, 02.10.49); su paisano Juan García “Mondeño” (Puerto Real, 07.01.34) superaba también los 25, más dos meses y 22 días, cuando Antonio Ordóñez lo doctoró en Sevilla (29.03.59), y nuestro Rodolfo Rodríguez González “El Pana” tampoco se cocía al primer hervor al cederle Mariano Ramos muleta y estoque en el ruedo de la Plaza México (18.03.79), pues había nacido en Apizaco (02.02.52), y por tanto llevaba ya 27 años, un mes, 16 días rodando por el mundo, tendencia que lo acompañaría por el resto de su vida.
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