Por. Andrés Amorós.
ABC / jueves 20 abril. Una corrida de toros para figuras… sin figuras. No hablo de reses apropiadas para que les corten trofeos con facilidad sino para poner a prueba su capacidad y su entrega. Cualquier aficionado sabe que, dentro del encaste Domecq, ahora absolutamente mayoritario, las reses de Santiago destacan por su casta. Todavía está recibiendo los premios por la temporada pasada. El problema es que esa casta puede desembocar en bravura pero también en aspereza. Por eso, las primeras figuras todavía no se han decidido a elegir esta divisa. Y los empresarios les hacen caso, para poder anunciar carteles vistosos.
La pregunta es inevitable: ¿por qué no se eligieron para el Domingo de Resurrección reses con fama de encastadas, como las de Santiago Domecq o La Quinta? Evidentemente, porque las figuras no las quisieron.
Está claro que ni Garrido, ni Lorenzo ni Cadaval tienen fuerza para exigir ganadería. Bastante tienen con verse anunciados en la Feria de Abril. Esta tarde, hemos visto dos toros muy bravos, tercero y quinto, pero todos han tenido casta, con las dificultades que eso supone. No se domina a estos toros retrasando la muleta, como ahora es moda, ni con circulares invertidos, ni con encimismo, ni con faenas largas, de muchos muletazos, que acaban en desarmes. Sólo Álvaro Lorenzo le ha dado al quinto la lidia adecuada, imprescindible. Los doblones toledanos, de la escuela de Domingo Ortega, permitieron que luego lograra muletazos lucidos y cortara justamente la primera oreja de la Feria. Muchas veces he visto sus cualidades; bastantes, me he impacientado porque no logra la regularidad exigible. No es el caso de censurar a Garrido, que no ha mantenido las esperanzas que suscitó como novillero; ni a Alfonso Cadaval, hijo del simpático moranco César, que intenta hacer el toreo clásico, pero el año pasado toreó un solo festejo y viene de sufrir un percance en el campo.
Con respeto para los diestros de esta tarde, me hubiera gustado ver, con estos toros, a Morante, a Roca Rey… De momento, me quedo con las ganas. Creo que se equivocan.
La conclusión es evidente, indiscutible: la casta brava exige dominio. Sin esto, sólo cabe triunfar con toros colaboradores, disminuidos, ‘artistas’: los que vemos tantas tardes. Por eso muchas corridas de toros resultan tan tediosas.
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