III parte… Los nazis vendieron desde 1928 la idea consistente en que los judíos devoraban niños en la noche de pascua. Ya en 1937 era una idea aceptada. Los antitaurinos venden por años la idea consistente en que la tauromaquia es tortura,
Es necesario explicar el mecanismo que, como ya he dicho, fue calcado del modelo nazi: la propaganda se impone sobre la ideología, cuando las premisas o ideas del movimiento no tienden a mostrar una verdad, sino una exageración, ya que el alimento de la propaganda son partes iguales de amarillismo y fantasía.
Los nazis vendieron desde 1928 la idea consistente en que los judíos devoraban niños en la noche de pascua. Ya en 1937 era una idea aceptada. Los antitaurinos venden por años la idea consistente en que la tauromaquia es tortura, aún cuando el sentido común apunta a que un torturado no puede matar a su torturador en trance de ser torturado, pues la tortura es la conducta de vejar a alguien indefenso, y el toro no lo está. Hoy día, que la Tauromaquia sea tortura es una idea socialmente aceptada. En ambos casos, la propaganda hace de la costumbre o la reiteración obsesiva de una idea, por más exagerada que sea, una verdad con el tiempo, pues el espectador de la propaganda la aprende como una verdad real, una parte del mundo, un molde que es cierto, a fuerza de estar día a día allí. Un axioma.
Computando, son casi 40 años de insistencia sobre las mismas ideas exageradas por parte de los antitaurinos: que la tauromaquia es tortura, que el taurino va a ver sangre y desea la sangre, que el aficionado taurino es sádico (Himmler lo dijo en Madrid, por puesto, con la suficiencia moral que tendría para hacerlo), que el toro sufre un martirio indecible, que un aficionado taurino es asesino por el simple hecho de sentarse a mirar una lidia, etc.
La propaganda además usa el apoyo visual, pues no sería de otra manera en una época que piensa por imágenes, como la nuestra: los toros bañados en sangre, los toros con extraños rostros que les conferían ternura y lastima, los toros desolados y desdichados, los toros jamás vistos en los ruedos, hicieron su aparición mediante montajes gráficos que, machacados al ritmo obsesivo de la propaganda, son socialmente aceptados como verdad.
Un caso que ejemplifica el uso de la propaganda y su consecuencia es el siguiente: una de las más famosas imágenes antitaurinas es aquella en donde un toro sale acosado por la luz y un auténtico baño de sangre (casi vómico) en sus lomos, orejas y pitones. Lo curioso es que la foto original, donde ni hay baño de sol ni baño de sangre (incluso cambia el color de la sangre), puede conseguirse en foros antitaurinos de los años 2001 ó 2002; pero a partir del 2003, de cuando data la foto retocada anteriormente descrita, ésta es aceptada como la verdadera: de compararse ambas imágenes, de inmediato se percata el espectador de la veracidad de la primera, y del vulgar montaje de la segunda, donde un chambón trabajo de photoshop es visible, y es tapado rateramente con unas letras: VICTIMAS DE LA CRUELDAD..
La adición de sangre en la foto retocada es tal, que viéndola nadie duda del sufrimiento del animal. Hemorragia y anemia. Sin embargo, se tiene la original, sin el baño de sangre y los colores justos: cuál sería mi desdicha que, mostrando ambas fotos a una amiga, y demostrando que la más reciente estaba retocada, ella aceptaba como verdadera precisamente a la retocada, a la del baño de sangre, pues su idea de la tauromaquia, por errada que aún sea, se acerca más a la idea del toro masacrado que a la idea real, esto es, del toro sangrando en lo mínimo y combatiente. En este y en todos los casos, la propaganda fue efectiva.
Es necesario explicar el mecanismo que, como ya he dicho, fue calcado del modelo nazi: la propaganda se impone sobre la ideología, cuando las premisas o ideas del movimiento no tienden a mostrar una verdad, sino una exageración, ya que el alimento de la propaganda son partes iguales de amarillismo y fantasía.
Los nazis vendieron desde 1928 la idea consistente en que los judíos devoraban niños en la noche de pascua. Ya en 1937 era una idea aceptada. Los antitaurinos venden por años la idea consistente en que la tauromaquia es tortura, aún cuando el sentido común apunta a que un torturado no puede matar a su torturador en trance de ser torturado, pues la tortura es la conducta de vejar a alguien indefenso, y el toro no lo está. Hoy día, que la Tauromaquia sea tortura es una idea socialmente aceptada. En ambos casos, la propaganda hace de la costumbre o la reiteración obsesiva de una idea, por más exagerada que sea, una verdad con el tiempo, pues el espectador de la propaganda la aprende como una verdad real, una parte del mundo, un molde que es cierto, a fuerza de estar día a día allí. Un axioma.
Computando, son casi 40 años de insistencia sobre las mismas ideas exageradas por parte de los antitaurinos: que la tauromaquia es tortura, que el taurino va a ver sangre y desea la sangre, que el aficionado taurino es sádico (Himmler lo dijo en Madrid, por puesto, con la suficiencia moral que tendría para hacerlo), que el toro sufre un martirio indecible, que un aficionado taurino es asesino por el simple hecho de sentarse a mirar una lidia, etc.
La propaganda además usa el apoyo visual, pues no sería de otra manera en una época que piensa por imágenes, como la nuestra: los toros bañados en sangre, los toros con extraños rostros que les conferían ternura y lastima, los toros desolados y desdichados, los toros jamás vistos en los ruedos, hicieron su aparición mediante montajes gráficos que, machacados al ritmo obsesivo de la propaganda, son socialmente aceptados como verdad.
Un caso que ejemplifica el uso de la propaganda y su consecuencia es el siguiente: una de las más famosas imágenes antitaurinas es aquella en donde un toro sale acosado por la luz y un auténtico baño de sangre (casi vómico) en sus lomos, orejas y pitones. Lo curioso es que la foto original, donde ni hay baño de sol ni baño de sangre (incluso cambia el color de la sangre), puede conseguirse en foros antitaurinos de los años 2001 ó 2002; pero a partir del 2003, de cuando data la foto retocada anteriormente descrita, ésta es aceptada como la verdadera: de compararse ambas imágenes, de inmediato se percata el espectador de la veracidad de la primera, y del vulgar montaje de la segunda, donde un chambón trabajo de photoshop es visible, y es tapado rateramente con unas letras: VICTIMAS DE LA CRUELDAD..
La adición de sangre en la foto retocada es tal, que viéndola nadie duda del sufrimiento del animal. Hemorragia y anemia. Sin embargo, se tiene la original, sin el baño de sangre y los colores justos: cuál sería mi desdicha que, mostrando ambas fotos a una amiga, y demostrando que la más reciente estaba retocada, ella aceptaba como verdadera precisamente a la retocada, a la del baño de sangre, pues su idea de la tauromaquia, por errada que aún sea, se acerca más a la idea del toro masacrado que a la idea real, esto es, del toro sangrando en lo mínimo y combatiente. En este y en todos los casos, la propaganda fue efectiva.
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