La tauromaquia, al igual que el judaísmo en la época nazi, está en la tela de juicio por maneras que han desvirtuado su contenido, lo cual resulta menos que injusto y torpe, casi lineal viniendo la injusticia de mayorías manipuladas (por nazis o por animalistas)
IV parte. Para infortunio, las víctimas de la propaganda incluso pueden ser personas respetables y pensantes.
Como sea, la sociedad está programada por el movimiento antitaurino moderno para corroerse gradualmente hacia la utopia animalista, pues la abolición de la tauromaquia es el inicio de una carrera desenfrenada hacia el veganismo y la abolición de la modernidad.
La tauromaquia, al igual que el judaísmo en la época nazi, está en la tela de juicio por maneras que han desvirtuado su contenido, lo cual resulta menos que injusto y torpe, casi lineal viniendo la injusticia de mayorías manipuladas (por nazis o por animalistas) que aplastan a minorías desvirtuadas y prejuzgadas bajo montajes (judíos o taurinos; al ser las premisas de las ideas y los métodos idénticos, no es exagerada la comparación: son el mismo fenómeno, con una idéntica línea histórica de perseguidores y víctimas).
El debate real en contra de la tauromaquia debe ser por lo que ella es, no por los prejuicios que la propaganda antitaurina ha logrado implantar en estos cuarenta años en la sociedad, prejuicios que se manifiestan en hechos consistentes en lo aquí expuesto: en la no aceptación de la realidad, como en el caso del montaje de la foto, o en la cortedad de un reputado columnista que acusa de vampirismo al taurino sin ninguna prueba (lo dicho por Zuleta en Columna del periódico El Espectador. Será verdad el día que aporte una prueba documental o clínica que demuestre nuestra supuesta afición por la sangre, la tortura o la vejación, cuando la realidad es que el rito taurino es la admiración de las condiciones de bravura, fuerza, capacidad de luchar y embestir del toro, no de su debilidad y sangrado).
Queda dicho que la propaganda tiende a ser, en lugar de un discurso construido, una destrucción de los discursos; otro ejemplo: cuando el debate traspasa el ámbito taurino, al no poder criticar los aspectos que en realidad no son criticables, la propaganda vende relaciones con la pederastia, el circo romano, la ablación o la esclavitud, prueba consistente sobre la cantidad de estupidez que genera la propaganda y el peligro de ésta, pues incluso rompe la lógica, al relacionar fenómenos inconexos de forma, modo y lugar, como la tauromaquia emparentada con la pederastia, por ejemplo. Así las cosas, la propaganda no puede ser sino una afección nociva.
En cualquier caso, la propaganda impuesta a ultranza evoluciona irremediablemente hacia la apatía; la sociedad tendrá que pensar si quiere la dictadura animal, denominada Zoofascismo, que prohibirá el consumo de carne o leche (en el programa radial Hora 20 la animalista invitada confesó que la abolición del rito taurino es el primer paso para llegar a “un debate que la sociedad tiene que hacerse, y está ya preparada para eso, sobre si es necesario comer carne”) el uso del cuero y la lana, el desprecio a los equitadores o a los toreros, y similares; ad portas de un Estado de Opinión y una Dictadura de las Mayorías, nosotros la minorías estamos en una espera inútil y sosa, pues el fanatismo recalcitrante de la antitauromaquia moderna ha logrado lo impensable y lo increíble: que la más mínima noción de democracia civilizada esté rota, al decidir las mayorías los derechos de las minorías, siendo que las minorías lo somos precisamente al no ser iguales a las mayorías.
La propaganda sustituye al pensamiento; no puede ser un hecho negable; como un trasunto de la situación que vivimos, atravesados por corrientes de odio y desinformación provenientes del antitaurinismo, llegan las palabras del nazi que inventó la estrategia propagandística lanzada desde aviones (y vegetariano por demás), El mariscal Göring: “Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”.
IV parte. Para infortunio, las víctimas de la propaganda incluso pueden ser personas respetables y pensantes.
Como sea, la sociedad está programada por el movimiento antitaurino moderno para corroerse gradualmente hacia la utopia animalista, pues la abolición de la tauromaquia es el inicio de una carrera desenfrenada hacia el veganismo y la abolición de la modernidad.
La tauromaquia, al igual que el judaísmo en la época nazi, está en la tela de juicio por maneras que han desvirtuado su contenido, lo cual resulta menos que injusto y torpe, casi lineal viniendo la injusticia de mayorías manipuladas (por nazis o por animalistas) que aplastan a minorías desvirtuadas y prejuzgadas bajo montajes (judíos o taurinos; al ser las premisas de las ideas y los métodos idénticos, no es exagerada la comparación: son el mismo fenómeno, con una idéntica línea histórica de perseguidores y víctimas).
El debate real en contra de la tauromaquia debe ser por lo que ella es, no por los prejuicios que la propaganda antitaurina ha logrado implantar en estos cuarenta años en la sociedad, prejuicios que se manifiestan en hechos consistentes en lo aquí expuesto: en la no aceptación de la realidad, como en el caso del montaje de la foto, o en la cortedad de un reputado columnista que acusa de vampirismo al taurino sin ninguna prueba (lo dicho por Zuleta en Columna del periódico El Espectador. Será verdad el día que aporte una prueba documental o clínica que demuestre nuestra supuesta afición por la sangre, la tortura o la vejación, cuando la realidad es que el rito taurino es la admiración de las condiciones de bravura, fuerza, capacidad de luchar y embestir del toro, no de su debilidad y sangrado).
Queda dicho que la propaganda tiende a ser, en lugar de un discurso construido, una destrucción de los discursos; otro ejemplo: cuando el debate traspasa el ámbito taurino, al no poder criticar los aspectos que en realidad no son criticables, la propaganda vende relaciones con la pederastia, el circo romano, la ablación o la esclavitud, prueba consistente sobre la cantidad de estupidez que genera la propaganda y el peligro de ésta, pues incluso rompe la lógica, al relacionar fenómenos inconexos de forma, modo y lugar, como la tauromaquia emparentada con la pederastia, por ejemplo. Así las cosas, la propaganda no puede ser sino una afección nociva.
En cualquier caso, la propaganda impuesta a ultranza evoluciona irremediablemente hacia la apatía; la sociedad tendrá que pensar si quiere la dictadura animal, denominada Zoofascismo, que prohibirá el consumo de carne o leche (en el programa radial Hora 20 la animalista invitada confesó que la abolición del rito taurino es el primer paso para llegar a “un debate que la sociedad tiene que hacerse, y está ya preparada para eso, sobre si es necesario comer carne”) el uso del cuero y la lana, el desprecio a los equitadores o a los toreros, y similares; ad portas de un Estado de Opinión y una Dictadura de las Mayorías, nosotros la minorías estamos en una espera inútil y sosa, pues el fanatismo recalcitrante de la antitauromaquia moderna ha logrado lo impensable y lo increíble: que la más mínima noción de democracia civilizada esté rota, al decidir las mayorías los derechos de las minorías, siendo que las minorías lo somos precisamente al no ser iguales a las mayorías.
La propaganda sustituye al pensamiento; no puede ser un hecho negable; como un trasunto de la situación que vivimos, atravesados por corrientes de odio y desinformación provenientes del antitaurinismo, llegan las palabras del nazi que inventó la estrategia propagandística lanzada desde aviones (y vegetariano por demás), El mariscal Göring: “Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”.
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