Asegura monsieur Castelá que antiguamente se le pegaban al toro dos pases y se le entraba a matar. O sea, que la cosa es cuestión del número de pases. Y volvemos al toreo estadístico de nuevo. Lo que no aclara es a partir de que número de pases se considera que la faena empieza a tener mérito. Yo siempre había pensado que la faena, independientemente del número de derechazos, naturales o de pecho, era la forma en que el torero iba preparando al toro para la suerte suprema. Y que su momento llegaba cuando el toro pedía la muerte, no a partir del pase 101.
Según se desprende de sus palabras, el toreo no era un arte, y éste solo ha alcanzado esta categoría gracias a los pegapases, que no paran de reivindicar su actividad como arte. Pues para ellos la perra gorda. Si así duermen más felices, pues hala, eso es arte y ellos son artistas. Pobres los ignorantes Joselito “El Gallo”, Belmonte, Pepe Luis, Domingo Ortega, Pepín Martín Vázquez, Marcial Lalanda, Gitanillo de Triana, Rafael “El Gallo” y tantos otros que se marcharon de este mundo creyendo que el toreo, su toreo, era un arte. Que afortunados somos los que hemos compartido tiempo con estos fenómenos que ahora se visten de luces y que al fin nos han descubierto en que consiste el arte de la tauromaquia. La tauromaquia 2.0, que ha dado un paso más y con contundencia hacia la vulgaridad del toreo.
A ver quién le explica a monsieur Castelá, que una faena que supera con creces los cien pases, estos números son precisamente los que delatan la ausencia de toreo y en consecuencia de arte. Y si ha habido pases, no ha habido toreo y se llega a esas cifras, además tampoco ha habido toro, porque no hay toro que aguante cincuenta pases como Dios manda, ni toro encastado que se los deje dar. Lo que son las cosas, lo complicado que es el arte del toreo y lo fácil que resulta enunciar los fundamentos de todo esto. Que yo sé que alguien me dirá que si aquel toro de aquella ganadería o ese de esa otra, pero es que ni el toro Diano. Quince naturales, diez derechazos, tres de pecho y dos trincherazos y el toro ya debería estar despanzurrado sobre la arena y con la lengua fuera.
Me gustaría saber de qué fuentes del saber taurino ha bebido monsieur Castelá, que entiende por arte ese caminar entre místico y amanerado por el ruedo, endiñando al respetable siempre la misma faena y ya puede tener delante a una borrica con albardas o al Alcurrucén que se dejó ir en mayo en Madrid. Quién le habrá contado que esto se trata de dar pases y luego matar, pero porque no queda otra. Vamos que según sus palabras y sus hechos, alguno podría llegar a pensar que el toreo es un baile interpretado por un señor con medias rosas y ceñidas vestiduras, que al final hace de vulgar matarife. Pues vaya con el arte y la cultura.
Visto así, creo que no me importaría ver el fin de esto que llaman tauromaquia y que acabó con el toreo de siempre, del que solo quedan algunos retazos aislados. Mientras tanto, seguiremos atentos a las sentencias de estos maestros de la tauromaquia 2.0. Y por favor, que nadie les haga callar, que hablen y que no callen, porque así tendremos más certezas y menos sospechas de lo que en realidad son.
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