Curro Díaz irrumpe en la élite del toreo cuando ya
no se le esperaba
Especial/ José Luis Benlloch. Entre
los hitos de la temporada 2016 destaca el rescate y exaltación a los altares de
la tauromaquia de Curro Díaz, torero de los llamados de arte, de los que
aparecen de tanto en tanto y tan necesarios son, al que las exigencias del
sistema actual y sus propias irregularidades estaban a punto de engullir en el
foso del anonimato de los que pudieron ser y no fueron. Ahora, apenas unos
meses después, en lo que va de Ramos al Pilar, se ha convertido en una de las
piezas más codiciadas por los empresarios y apoderados, ahora todos son amigos
y cómplices del nuevo Curro.
El
triunfo le ha llegado, como bromea el propio torero, «en el minuto 93», en los
albores de los cuarenta años, veinte de los cuales los ha vivido como matador
de alternativa, cuando la cofradía de sus leales languidecía peligrosamente y
hasta él mismo, tan convencido siempre de sus cualidades, comenzaba a
desesperar. Más de una noche, cuando no había contratos, casi ni siquiera
tentaderos y los empresarios miraban hacia otro lado, pensó rendirse. «Tenía
decidido abandonar. 'Aquí ya no pinto nada', me decía. Aquellas dudas me
duraron poco tiempo, pero las tuve», ha declarado. Todo cambió el Domingo de
Ramos en Madrid. Dos buenas faenas, dos orejas a pesar de fallar a espadas y la
consiguiente Puerta Grande, se convirtieron en el parteaguas de su carrera.
Comenzaron a llegar contratos, encontró una regularidad en el triunfo que no
había tenido hasta ahora, le redescubrió la prensa y los fieles volvieron a
creer en su arte. El año en que todos apostaban por los veinteañeros, un
veterano se convirtió en la gran novedad. El arte, en este caso el toreo, una
vez más demostró que no sabe de modas ni de reglas ni siquiera tiene reloj.
Al
final ha toreado veintisiete corridas y ha cortado treinta y seis orejas,
cifras desconocidas hasta ahora en su carrera. Mató muchas corridas de las
consideradas duras sin que ello supusiese hándicap alguno para triunfar, si
acaso le añadía méritos y desmontaba el tópico del torero medroso que siempre
acompaña a los de su estilo. Entró en ferias como la de Bilbao, donde todavía
no había debutado, y cerró la temporada en Madrid, su plaza talismán, con una
tarde que pasará a los anales de la épica en la que reafirmó todo lo bueno que
se venía diciendo de él.
Aquel
día los toros de Puerto de San Lorenzo le cogieron en varias ocasiones y de
todas ellas se levantó transfigurado en el papel de los héroes clásicos. Muy
entero, alejado de cualquier aprecio a la vida, exhibió una ambición que no se
le conocía. Los ponderados aficionados de la sombra y los agrestes moradores
del siete, se le entregaron sin distinción de sexo o condición. Nadie puede
saber lo que depare el futuro, pero ese día hubo motivos para ello, toreó como
los ángeles y peleó como los demonios.
De Linares, tierra de carácter
Como
escribí en la revista Aplausos, Curro que es de Linares, tierra que para estas
cuitas imprime carácter, ese día resumió todas las cualidades que hicieron
famosa a su patria chica, la que tanto nos quitó y tanto nos ha devuelto como
ya dijese El Pipo: le afloró la casta de Palomo, la técnica de Fuentes y el
arte del Curro rubio, Curro Vázquez al que como a él también bendijo Madrid, todo
maridado por un toque de personalidad exclusiva, desmayo y gitanería que le han
elevado a los altares del arte.
La ascensión de Curro
tiene su secreto y también su casualidad. No es otro que a los misterios del
arte le ha añadido el soporte de la ciencia. Ofuscado hasta ahora en que los
toros se adaptasen a su idea sin más concesiones, se estrellaba habitualmente
contra un imposible. Un buen/mal día una lesión del tendón de Aquiles que a
punto estuvo de apartarle de los ruedos, le restó movilidad y le obligó a tener
que prolongar los muletazos para poder irse del toro, justo lo necesario para
que su toreo no sólo fuese posible sino que adquiriese una dimensión más allá
de lo bonito que no había alcanzado nunca.
Los espectaculares resultados le
despertaron seguidamente una ambición que no se le había visto hasta ahora. El
resto ya se lo he contado. Ahora sólo resta que no desista.