Por. Carlos Alberto Vega Pérez
El corte de los apéndices taurinos tuvo su origen en el siglo XVIII debido a una costumbre puesta en vigor por los Caballeros propietarios de las plazas de las Maestranzas de Ronda y Sevilla, cuando premiaban al matador si se había lucido en su lidia obsequiando el toro muerto por él.
Cuando el éxito coronaba el arrojo en la lidia y muerte del burel como caso excepcional, el torero recibía en premio a su hazaña el toro que había matado y se manifestaba otorgándole la oreja. Éste ritual no era un simple protocolo, sino que cumplía el mandato real; hay que señalar que solo cuando asistía el Rey y por orden suya, se concedía a los matadores las reses muertas por ellos.
La primera referencia registrada la escribió el francés Antoine de Brunel, en su escrito sobre una corrida de toros que presenció en Madrid en 1655: “Un mozo dio al toro un golpe tan fuerte (con la espada) que le alcanzó entre los cuernos, hiriéndole de tal forma que le hizo sangrar a borbotones. Después mandó pedir el toro al Rey, quien se lo concedió”.
En aquella época una oreja simbolizaba la entrega del toro completo, el máximo galardón; el diestro la presentaba en el desolladero como un justificante que le acreditaba con derecho a recoger la res.
Con el paso del tiempo y comercializarse el negocio de las corridas de toros, las Maestranzas arrendaron el servicio de carnes en las Plazas, los contratistas ya no regalaban la carne a nadie ya que ese era su negocio.
Por lo tanto, los Maestrantes instauraron como trofeo simbólico de la entrega del toro completo al espada triunfador, una oreja del enemigo recién vencido y sólo se les concedía a los matadores como un reconocimiento excepcional, si habían realizado una buena lidia y triunfado con el estoque, por eso, la suerte de matar siempre ha sido la suerte suprema.
Posteriormente la premiación fue cambiando debido a que las grandes faenas eran poco valoradas con el obsequio de una oreja, sin embargo, no era viable la entrega de 2 o más toros en un festejo o a un mismo matador, por lo que se implementó después la siguiente forma de premiar: con una oreja, al torero le correspondía un cuarto del toro; con dos orejas, medio toro y con dos orejas y rabo, el toro entero.
El torero era libre de vender la carne, para ganar dinero, o bien, una parte y reservar algo para él, su familia, su cuadrilla o alguna beneficencia.
Años más tarde los empresarios cambiaron la costumbre de otorgar la oreja por una onza de oro a cambio de res, pero los matadores rechazaron el ofrecimiento por considerarlo una limosna.
En 1850 comenzó la evolución en el toreo, los espadas aumentaron sus honorarios desapareciendo otras costumbres, como el regalo del vestido de torear, quedando reducido el honor de cortar la oreja sin emolumentos. Desde entonces fueron rarísimas las orejas que se concedían, pues conocedor el público de lo poco que aquello significaba, se limitaba a premiar con aplausos las faenas de los diestros cuando estos ejecutaban trabajos que se salían de lo vulgar.
La primera oreja concedida en España fue en 1876 en la recién estrenada Plaza de Toros de la Fuente del Berro en Madrid y se entregó al matador José Lara “Chicorro”; a él, correspondió el honor de ser el ultimo torero que cortó una oreja y se le diera el toro como premio y reconocimiento a su buen desempeño durante la lidia y muerte del burel.
En una crónica de la época se menciona lo siguiente: “Era el 29 de octubre 1876, y en tercer lugar saltó al ruedo el toro “Medias Negras”, berrendo en negro, botinero, capirote y bien puesto, perteneciente a la vacada de Benjumea. “Chicorro” con extraordinaria limpieza le dio el salto de la garrocha, brindando al palco real, que estaba ocupado por el Rey Alfonso XII y los príncipes de Sajonia Weimar. Enseguida se fue al toro y le arrancó la divisa, subiendo al palco regio y ofreciéndosela a los Príncipes”.
“Cuando bajo a la plaza y en medio de una atronadora ovación colocó tres pares de banderillas, arrojándoles los espectadores multitud de sombreros. Con la muleta ralló a gran altura, matando de una entera a volapié, después de un pinchazo. El público entusiasmado, empezó a solicitar que le concedieran la oreja, llenándose la plaza de pañuelos y el Presidente, por voluntad del Rey, ordenó que se la entregaran y que le dieran el toro también”.
La primera oreja otorgada “oficialmente”, fue para el matador Vicente Pastor conocido como “El chico de la blusa”, alternando con Antonio Boto “Regaterin” quien resultó herido y Manuel Rodríguez “Manolete”, en la Plaza de Toros de la carretera de Aragón de la ciudad de Madrid, el día 2 de octubre de 1910, el diestro realizó la hazaña ante el toro "Carbonero” de la ganadería de Concha y Sierra, que fue condenado a banderillas negras. Después de una colosal faena y de un gran volapié, se produjo un gran delirio del público agitando sus pañuelos, accediendo el Presidente a la demanda del respetable.
La crónica escrita en el diario ABC dice lo siguiente: “El toro fue de pelo negro, bragado, apretado de carnes, de cornamenta gacha. De salida hizo cosas de mansurrón y tras una larga serie de capotazos, tomó una l vara de “Cantaritos” de la que salió suelto. La lidia se llevó al revés, con un picador y dos toreros a la derecha, tomó otra desarmando al picador.
Cuando Pastor se fue para el toro, tenía este mucho que matar. A fuerza de arrimarse y arrodillándose en algunos pases, se hizo con él. Entrando a matar con toda la valentía de la que haya sido capaz el hombre más hombre de los que han matado toros, le recetó una soberbia estocada, que hizo rodar al toro a sus plantas. Este “Carbonero”, lidiado en cuarto lugar, sustituía a uno de Guadalest rechazado por cojo, en una tarde hermosísima y con una entrada muy buena”.
En Sevilla se concedió la primera oreja hasta el 30 de septiembre de 1915 y fue al torero de casa Joselito, quien se encerró en la Maestranza
con seis "Santacolomas". El nombre del toro desorejado por el torero
fue “Cantinero”.
Con los años se inició la entrega de dos orejas, después el rabo y
posteriormente las patas, retomando la antigua costumbre de otorgar el
cuerpo del toro al torero; aunque actualmente sólo se entregan orejas y
rabo.
Entre los años 1918 a 1942 en Madrid sólo se cortaron 10 rabos, los tres
primeros en la plaza vieja y los restantes en la Monumental de Las
Ventas: el primero lo cortó un 11 de agosto de 1918 el novillero José
Roger "Valencia I", a un novillo de Pablo Romero. El segundo rabo fue
otorgado a Joselito a un toro de Guadalest el 10 de octubre de 1918.
Matías Lara "Larita" cortó el tercer rabo a un toro de Palha el 8 mayo de
1921. El cuarto rabo se otorgó a Juan Belmonte, de un toro de Carmen
de Federico el 24 de octubre de 1934, en la corrida que sirvió para
inaugurar por segunda ocasión la plaza de Las Ventas. Un año después,
el mismo Belmonte cortó el quinto rabo a un toro de Coquilla el 22 de
septiembre de 1935.
Ese año fue importante en la historia de la tauromaquia de Madrid pues
se cortaron tres rabos más, Alfredo Corrochano el día 22 de septiembre
de 1935 a un toro de la misma ganadería, y el 29 de septiembre Curro
Caro y el Mexicano Lorenzo Garza lo obtuvieron de dos toros de la
ganadería de Emilia Mejías.
El noveno rabo fue para Manolo Bienvenida el 4 de junio de 1936, un
mes antes de que comenzase la Guerra Civil a un toro de Sánchez
Fabrés, y ya concluida la contienda civil, el décimo rabo fue para Marcial
Lalanda el 18 de octubre de 1942 a un toro de Antonio Pérez Tabernero,
aunque este último rabo no tuvo el mismo valor que los demás, ya que,
aunque existen fotos de Lalanda con él en la mano, ese día se armó un
lío, pues al parecer fue cortado fraudulentamente por un subalterno de
nombre Cadenas, sin la orden del presidente de la corrida, el Sr.
Sánchez García.
El otorgamiento de orejas y rabo como premio al desempeño torero, es
lo que queda de la antigua costumbre de regalar el toro al matador que
se lució con él durante la lidia y muerte; siempre y cuando, los
honorarios de los matadores no ascendieran a más de 2.400 reales;
además tenía la obligación el contratista de la carne de abonar el
importe de la misma, dinero que más tarde reponía el Ayuntamiento o
Casa Real.
Otra forma de financiarse que empleaban los matadores, picadores o
banderilleros de los llamados “aventureros” en plazas de pueblo o de
poca importancia, era la de solicitar de los públicos la aportación
voluntaria de monedas, que los aficionados arrojaban a los capotes
extendidos que presentaban los lidiadores, recorriendo el perímetro del
ruedo mientras el público arrojaba monedas, fruta, gallinas, e incluso
prendas de vestir; otras ocasiones lo hacían sombrero en mano
recorriendo los tendidos.
No obstante, el solicitar de los públicos cualquier tipo de donativo llegó a
estar mal visto por algunas autoridades, como se puede leer en una
carta del Ayuntamiento de Pamplona, contestando al sevillano Francisco
Garcés en 1788: “…no se permitirá a ningún torero brindar a los
balcones, tendidos, ni otra parte de la plaza, y todos deberán observar
las órdenes que se den por la Ciudad, procurando trabajar con actividad
para el mayor lucimiento de la función”.
Esa costumbre tan peculiar se mantuvo a lo largo de muchos años,
hasta inicios del siglo XX, en especial en las capeas de pueblos donde
acudían en masa maletillas y toreros ya en decadencia, sin que nadie los
llamase.
La entrega de orejas y rabo como trofeos, se legalizó hasta 1962
quedando escrito en el artículo 68 del Reglamento taurino, que fue el
primero de forma general que reguló el tema de los “apéndices” a
conceder a los espadas. Hasta ese año, ninguno de los reglamentos
anteriores hacía mención de los premios que la costumbre estableció
como “ley” en las diferentes plazas de España.
Con el tiempo, las orejas adquirieron un valor
cuantificable, transformándose en una manera de medir el éxito y las
estadísticas de los toreros. Sin embargo, el criterio para concederlas no
siempre ha sido uniforme. Algunas plazas se caracterizan por su
rigurosidad, mientras que otras son más benevolentes en el
otorgamiento de los apéndices, generando así una disparidad en el valor
del reconocimiento.
Uno de los momentos más insólitos en la historia del corte de apéndices
como trofeo, tuvo lugar el 29 de julio de 1934, cuando Fermín Espinosa
“Armillita” ejecutó en Barcelona una faena tan excepcional que fue
recompensada con dos orejas, el rabo, las cuatro patas y las criadillas
del toro, lo que recuerda los días en que el matador se llevaba
prácticamente al animal entero.
Hoy podemos considerar que la concesión de las orejas es
exclusivamente democrática, una manifestación más de carácter cívico
de la Fiesta. El Juez de plaza o Presidente, toma la decisión de otorgar
los trofeos, de acuerdo a lo que pida la mayoría del público en los
tendidos ondeando sus pañuelos y aplicando su criterio de acuerdo al
buen desempeño y quehacer del torero durante la lidia y muerte del
toro.
📌Cuadrilla paseando el capote después de la faena, recolectando
monedas y otros presentes arrojados por los aficionados desde los
tendidos.
📌Matador César Girón, paseando orejas, rabo y pata después de su excepcional faena el 1° de noviembre de 1954, en la Plaza de Acho en Lima, Perú; el venezolano corto a su primer toro las dos orejas y el rabo, y a su segundo toro, las dos orejas, el rabo y la histórica pata a un toro de la ganadería peruana de Huando, alternando con Antonio Bienvenida y Rafael Ortega.
📌Fermín Espinosa “Armillita Chico” la tarde del 20 de diciembre de 1936,
en El Toreo de la Condesa, logró cortar seis orejas, tres rabos y una pata a ganado de la dehesa de San Mateo.

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