jueves, mayo 08, 2025

UNA SENTENCIA de muerte para el toro bravo

 


¿Dónde están los aficionados mexicanos? ¿No será, acaso, que son tan minoritarios como los antitaurinos, pero menos activos, y su indolencia ha permitido el desafuero del Congreso de la capital?


Decía Joaquín Vidal, recordado crítico taurino de este periódico, que al igual que la gallina sirve para hacer un buen caldo, el toro bravo ha nacido para la lidia. Y tenía razón. Qué sentido tiene, si no, la existencia de la gallina, o la del propio toro, de carne fibrosa, cuyo mayor reclamo gastronómico es el rabo macerado en vino.

Sucede, es verdad, que mientras que el ave doméstica se sacrifica en las higienizadas y frías salas de un matadero, el toro muere (se le mata) en el transcurso de un espectáculo público cruento en el que se produce derramamiento de sangre; mejor dicho, en el fragor de una lucha -ese es el significado de la palabra lidia- entre un ser humano y un animal seleccionado por autodidactas de la genética, como son los ganaderos, para la creación de un rito que, para muchos, es un modo de entender la belleza.

La belleza, sí, la emoción, la pasión…, el arte del toreo se conoce como la fusión entre esa fuerza de la naturaleza que es el toro bravo y la inteligencia, la técnica, la inspiración y genialidad de un torero capaz de crear un chispazo misterioso que remueve el espíritu de quien es capaz de interiorizar ese rito ancestral que se llama tauromaquia.

Pero es un rito violento, sí, en el que el toro muere de verdad y tiene la oportunidad de formar parte de la memoria colectiva, y el torero se juega la gloria, el fracaso y también su propia vida.

Ese es el misterio de la fiesta de los toros, incomprensible e inmarcesible, que encandila a unos y produce rechazo en otros.

El Congreso de la Ciudad de México ha aprobado recientemente una nueva figura jurídica, “espectáculo taurino libre de violencia”, y lo asume como un paso adelante en la evolución social, y no como lo que es, una cesión a los grupos anti-taurinos y animalistas. Unas 27.000 firmas -algo más de la mitad del aforo de la plaza de toros Monumental de la capital mexicana- pidieron a los políticos la prohibición total de la fiesta, y estos han respondido con una reforma caricaturesca (las faenas durarán 10 minutos, se prohibirán espadas y banderillas y se cubrirán los cuernos del toro para evitar heridas).

No es una evolución la reforma aprobada, sino la supresión de la tauromaquia en Ciudad de México disfrazada de progresismo. No existe ni existirá nunca un espectáculo taurino sin varas de picar, sin banderillas, sin estoque, sin peligro, sin pasión, sin gloria, sin fracaso, sin muerte… No hay afición a los toros que resista semejante mutilación a la esencia misma de la tauromaquia. Esta fiesta no tiene ningún sentido reconvertida en una bufonada.

Además, en un intento de proteger al animal, los políticos mexicanos han decretado la sentencia de muerte del toro bravo. ¿Qué valor tiene su vida si no es para la lidia?

En un intento –fallido-  de proteger al toro, han propinado un zarpazo a la historia, a la economía, a los sueños de toreros y aspirantes a la gloria y a la ilusión de los aficionados de ese país, pocos, quizá, pero merecedores de que se les respete su derecho a acudir a una plaza y disfrutar de un espectáculo taurino íntegro.

Por cierto, ¿dónde están los aficionados mexicanos? ¿No será, acaso, que son tan minoritarios como los antitaurinos, pero menos activos, y su indolencia ha permitido el desafuero del Congreso de la capital? México ha perdido el alto prestigio taurino de épocas pasadas, muchos espectadores han huido de sus plazas, y quizá ahí, y en la ausencia de una legislación nacional que proteja y ampare la tauromaquia, resida este postureo reformista que anuncia un horizonte tan sombrío.

La fiesta de los toros es un misterio, y como tal ha permanecido viva a lo largo de la historia a pesar de sus detractores y prohibicionistas.

Hoy, otra vez, intentan emborronarla, zaherirla, romperla y desnaturalizarla. Hoy, con más pasión que nunca, habría que recordar a Juan Ramón en su poema más breve: “¡No le toques ya más, que así es la rosa!”.

/// El País (Nacional) / Antonio Lorca,  Lorca es periodista y crítico taurino de El País.

 

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