¿Dónde están los aficionados
mexicanos? ¿No será, acaso, que son tan minoritarios como los antitaurinos,
pero menos activos, y su indolencia ha permitido el desafuero del Congreso de
la capital?
Decía Joaquín Vidal, recordado crítico taurino de
este periódico, que al igual que la gallina sirve para hacer un buen caldo, el
toro bravo ha nacido para la lidia. Y tenía razón. Qué sentido tiene, si no, la
existencia de la gallina, o la del propio toro, de carne fibrosa, cuyo mayor
reclamo gastronómico es el rabo macerado en vino.
Sucede, es verdad, que mientras que el ave
doméstica se sacrifica en las higienizadas y frías salas de un matadero, el
toro muere (se le mata) en el transcurso de un espectáculo público cruento en
el que se produce derramamiento de sangre; mejor dicho, en el fragor de una
lucha -ese es el significado de la palabra lidia- entre un ser humano y un
animal seleccionado por autodidactas de la genética, como son los ganaderos,
para la creación de un rito que, para muchos, es un modo de entender la
belleza.
La belleza, sí, la emoción, la pasión…, el arte del
toreo se conoce como la fusión entre esa fuerza de la naturaleza que es el toro
bravo y la inteligencia, la técnica, la inspiración y genialidad de un torero
capaz de crear un chispazo misterioso que remueve el espíritu de quien es capaz
de interiorizar ese rito ancestral que se llama tauromaquia.
Pero es un rito violento, sí, en el que el toro
muere de verdad y tiene la oportunidad de formar parte de la memoria colectiva,
y el torero se juega la gloria, el fracaso y también su propia vida.
Ese es el misterio de la fiesta de los toros,
incomprensible e inmarcesible, que encandila a unos y produce rechazo en otros.
El Congreso de la Ciudad de México ha aprobado
recientemente una nueva figura jurídica, “espectáculo taurino libre de
violencia”, y lo asume como un paso adelante en la evolución social, y no como
lo que es, una cesión a los grupos anti-taurinos y animalistas. Unas 27.000
firmas -algo más de la mitad del aforo de la plaza de toros Monumental de la
capital mexicana- pidieron a los políticos la prohibición total de la fiesta, y
estos han respondido con una reforma caricaturesca (las faenas durarán 10
minutos, se prohibirán espadas y banderillas y se cubrirán los cuernos del toro
para evitar heridas).
No es una evolución la reforma aprobada, sino la
supresión de la tauromaquia en Ciudad de México disfrazada de progresismo. No
existe ni existirá nunca un espectáculo taurino sin varas de picar, sin
banderillas, sin estoque, sin peligro, sin pasión, sin gloria, sin fracaso, sin
muerte… No hay afición a los toros que resista semejante mutilación a la
esencia misma de la tauromaquia. Esta fiesta no tiene ningún sentido
reconvertida en una bufonada.
Además, en un intento de proteger al animal, los
políticos mexicanos han decretado la sentencia de muerte del toro bravo. ¿Qué
valor tiene su vida si no es para la lidia?
En un intento –fallido- de proteger al toro, han propinado un zarpazo
a la historia, a la economía, a los sueños de toreros y aspirantes a la gloria
y a la ilusión de los aficionados de ese país, pocos, quizá, pero merecedores
de que se les respete su derecho a acudir a una plaza y disfrutar de un
espectáculo taurino íntegro.
Por cierto, ¿dónde están los aficionados mexicanos?
¿No será, acaso, que son tan minoritarios como los antitaurinos, pero menos
activos, y su indolencia ha permitido el desafuero del Congreso de la capital?
México ha perdido el alto prestigio taurino de épocas pasadas, muchos
espectadores han huido de sus plazas, y quizá ahí, y en la ausencia de una
legislación nacional que proteja y ampare la tauromaquia, resida este postureo
reformista que anuncia un horizonte tan sombrío.
La fiesta de los toros es un misterio, y como tal
ha permanecido viva a lo largo de la historia a pesar de sus detractores y
prohibicionistas.
Hoy, otra vez, intentan emborronarla, zaherirla,
romperla y desnaturalizarla. Hoy, con más pasión que nunca, habría que recordar
a Juan Ramón en su poema más breve: “¡No le toques ya más, que así es la
rosa!”.
/// El
País (Nacional) / Antonio Lorca, Lorca
es periodista y crítico taurino de El País.
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