…La semana anterior con el papel agotado en el Nuevo Circo de Caracas, el novillero Fermín Figueras una vez más los había pasado por la piedra, resultando triunfador de la novillada al cortar dos orejas a un bravo novillo de la ganadera colombiana Doña Clara Sierra, haciéndose acreedor a la oreja de plata del Diario El Universal, aquello fue grandioso: fiesta, amigos, muchos amigos, radio, fotos… Los señores empresarios de Taurivenca, viendo las ganas, el progreso del joven novillero, le arrendaron una habitación con comida en uno de los hoteles céntricos cerca del Nuevo Circo; los viajes a Colombia que semanalmente venía realizando para su preparación en el campo bravo de aquel taurino país, por ahora habían cesado, aquel estruendoso triunfo ameritaba estar en la gran Caracas: el torero además de entrenar, también tenia que hacer relaciones públicas, atender la prensa, visitar las radios e ir a la televisión.
El hoy “Boris” exclama en medio de la cuarentena causada por la peste china, que lo agarró en los fríos de la Mérida Serrana (marzo 2020): “Las próximas novilladas eran primordiales para la empresa taurina y, ¡claro, muchacho! ¡para mí eso era el cielo!, ver mi nombre en letras grandes en los periódicos, entrevistas en radio y televisión, aquello me gustaba; para eso, había que estar muy atento a todo el acontecer, sin distracciones, ¡tienes que estar entrenado, preparado! Esas palabras la escuchaba en cada esquina, en el hotel, en la casa, todos me lo indicaban; así fue, los entrenamientos, ejercicios se hicieron habituales, cuando no viajaba a Colombia al campo, lo hacía en mi patio, es decir El Nuevo Circo, allí dejaba el sudor entrenando a diario”.
Cuenta Fermín Figueras, que muy temprano en la mañana de aquel martes, después de haber visitado un periodista en la redacción de uno de los periódicos de la capital y haber almorzado con otro en el hotel, el día pasaba muy rápido, él tenia que aprovechar la tarde para los entrenamientos, ejercicios y por supuesto los cuentos y chismes taurinos, no podían faltar al finalizar la tarde en El Nuevo Circo.
Relata “El Boris”: serían las 4 de la tarde de aquel martes; hora de corrida, a tan solo pasos de la puerta donde dos días antes había entrado vistiendo orgulloso un terno blanco y plata, que me había regalado Palomo Linares, sorpresivamente fui embestido, no por un toro; pero sí, por alguien con la saña de uno de esos broncos, que echan las manos por delante, manso con peligro; sí, ese qué uno no sabe por dónde entrarle, el desconocido sin mediar palabra a coñazo trancado me atacó; a mí siempre me gustó la contienda, la rivalidad, la competencia, admiraba el boxeo. Los golpes me caían por todos lados, las alpargatas un tanto grandes se zafaron de mis pies, aquello fue lo primero que perdí, después fue mi bolso, el cual recuerdo habérselo dado a una señora, para que me lo tuviera mientras aclaraba lo que sucedía; aquella dama tomó mi bolso para después lanzarlo a mitad de calle; desconcertado, descalzo, sin el bolso con mis papeles y algunos bolívares, no había más nada que hacer sino restearse; -¡lo que no entendía era él porqué de aquel ataque”!
“El Boris” de hoy rememora aquel combate como aquellos de Ciudad Tablita, cuando de niño reñía a puños por una metra, hoy muchos años después relata con emoción aquellos momentos, eufórico como sí se tratara de aquella pelea callejera, hasta se arma cual boxeador para relatar: “Acepte el reto saliéndole al paso, la gente que pasaba por la esquina de San Roque, hacia un alto en su andar para ver aquella pelea, alguno a gañote tendido, gritaba: ¡dale, dalee, no te dejes!; otros, dale en la caja del pan, sácale la derecha, dale con la izquierda… en fin!.
El Boris, Jadeante un tanto cansado como si estuviera en la refriega hace un alto en el relato para continuar: “yo en los ruedos siempre estuve pendiente de las voces de mis allegados, bocinazos que nunca faltan, esta vez los escuchaba de todos lados, justo donde el amigo Juan y Curro Parrilla; -taurinos, hermanos de buen corazón-; ahí los que empezaban siempre teníamos un bocado de comida. Acá, justo al frente de la venta de parrilla, logré acortar la distancia, desafiando aquellos gañafones que lanzaba el desconocido, ¡que sí me conecta chaoo Fermín! Pero ante un fallo de aquel, aproveché para conectarle soberano mazazo con la derecha en la pata de la oreja, el hombre como toro herido dio media vuelta cayendo panza arriba sobre el asfalto, esa fue la primera caída.
Aquel combate no se podría medir en tiempo; pero si, en metros, quizás la contienda recorrió unas cuatro cuadras, doblando varias esquinas como la de San Roque, Toñita, Córdoba, pasando por cantinas, bares y restaurantes como “El Oasis”, “Los Curracos” y el afamado “Siete Puertas”.
Con muchos “metros” larguísimos de pelea, donde su contendor asimilaba cada golpe, Fermín, le había tumbado al piso en varias ocasiones, y, aquel como si nada, el joven novillero jadeante, cansado, veía para todos lados y sí una vez anheló que apareciera un policía fue aquella tarde. Los uniformados habían sido llamados a cuartel creo por elecciones u algo así y los compañeros de entrenamiento en el Nuevo Circo: Celestino Correa, Gonzalo de Gregorio y el merideño Manuel García; tampoco aparecieron.
“Entonces, la defensa y quizás estrategia, era llevarle a mis querencias, es decir, llegar al “Siete Puertas”, allí por las tardes, se reunían en amena tertulia, banderilleros y uno que otro aficionado” - Cuenta El Boris-: “la tercera caída, por parte de aquel animal, fue una vez que llegamos a la esquina de Toñita, ahí de una trompada, le volví a tumbar y una vez más el hombre se volvía a incorporar”.
En la esquina de San Roque frente al Siete Puertas con poco aire y cansado, los golpes lanzados por El Boris "golpeaban" al aire sin poder conseguir el bulto. “aquel contrincante, que sería de mi tamaño, le veía gigante y como caído del cielo, apareció el espigado Eduardo Mirabal, quien me “auxilió” invitándome a que entrará al bar; acá Mirabal y Antonio Márquez me dieron agua, me reanimaron, me auparon a que siguiera la refriega que había empezado tres cuadras atrás; hasta me dieron consomé del que pedia el gran Morocho Hernández cuando peleaba. Al salir del bar, una joven que había seguido la pelea me entregó las cotizas, alpargatas que volví a calzar, alguien me dio el bolso que aquella señora había lanzado a la calle, y”… Continuará…
(Capítulo de un posible libro)
/// Freddy Ramírez “Garapuyo”
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