Roca Rey sufre una
voltereta y Manzanares no se acopla con el toro de mayor transmisión de la
decepcionante corrida de Juan Pedro
Andrés Amorós Sevilla - 09/04/2016. La
presencia de Don Juan Carlos, en
el Palco Real, realza la categoría de un cartel acogido con enorme expectación.
En un momento en que la Fiesta sufre tantos absurdos ataques, lo agradecemos
doblemente. Le acompañan la Infanta Elena, y su nieta, Victoria. Recibe una
ovación larga, clamorosa, y el brindis de los tres diestros.
Los toros de Juan Pedro Domecq,
flojísimos, descastados, de muy pobre juego, encrespan al público. A pesar de
eso, Ponce corta al primero una oreja (que debieron ser dos), por una faena
realmente extraordinaria y, en el otro, está valentísimo. El joven Roca Rey
roza la temeridad, sufre un aparatoso percance y se gana el respeto de todos.
El primer toro es
noble pero muy flojo; en manos de cualquier otro, no hubiera valido para nada.
Ponce da aquí una impresionante lección de torería. No vale la pena entrar en
el detalle de los muletazos: todo es un
prodigio de suavidad, elegancia, naturalidad, armonía. Me basta con
reproducir lo que dicen mis muy sabios vecinos: “¡Si esto lo hace quien yo me
sé! ¡A ver si aprendemos a torear!”. Y otro apostilla, cortés: “Está a años
luz...” No es pasión ni partidismo: con este tipo de toro – el que matan
habitualmente las figuras– no tiene rival. Le da tiempo, torea relajadísimo, a
cámara lenta; los ayudados, rodilla en tierra, ponen al público de pie. Y, con
decisión, logra una estocada corta. El Presidente sólo concede una oreja. ¿Por
qué? Todavía no lo sé. Pero da igual. Ahí queda lo que hemos visto. Y la vuelta
al ruedo tiene la solemne pausa que la faena merece.
Después
de dos toros muy protestados, el cuarto es sustituido por un sobrero que es un
dechado de “virtudes”: cortísimo, mirón, incierto, flaquea, huye, tiene
peligro. Una birria total. Lo
lógico sería machetear y matarlo. Pero Ponce nos sorprende: con paciencia y
técnica, logra sacarle mucho más de lo que parecía posible. Los alardes de
valor auténtico hacen que el público cambie y se ponga en pie, entregado al
maestro. Lo mata bien y saluda. Comenta mi cortés vecino: “’Esto sí que es
vergüenza torera”. Y añade, con ironía: “En su situación, es que le hace mucha
falta”. Para decir cómo ha toreado Ponce, esta tarde, los sevillanos juntan los
dedos y exclaman, con énfasis: “¡Cumbre!” Pocas veces ha estado tan a gusto, en
este ruedo.
Después de esto, la
tarde parece despeñarse, por la desesperante flojera de los toros, mantenidos
por el presidente. (Salvo el quinto, todos podían haber ido para dentro). El
segundo, como sus hermanos, cae antes y después de la primera vara. Manzanares
traza muletazos con empaque pero sin
estrecharse mucho. En el primer natural, el toro va al suelo. Suena la
música pero también algún pito. La faena se ha quedado a mitad. Entrando de muy
lejos, como suele, logra la estocada.
El quinto es la
excepción, hasta cierto punto: huye al sol, echa las manos por delante, pierde
los cuartos traseros pero se emplea en el caballo (el primero y único). Pica muy bien Chocolate; saludan Rosa
y Blázquez, con los palos. Dándole distancia, el toro tardea pero acude con
alegría y transmite; como es pegajoso, no le deja al diestro estar a gusto. La
faena tiene vibración pero es desigual, con series cortas y algunos
enganchones. No mata bien y se repite la división.
Andrés Roca Rey viene a por todas, lo
demuestra entrando a todos los quites, con variedad y brillo. El tercero parece
embestir descoordinado, el Presidente lo aguanta y se gana la bronca.
Suavemente, se lo lleva al centro: el
trasteo, inteligente, se desluce por las caídas de la res. El peruano
tiene cabeza y técnica, además de valor, pero falta toro: no transmite nada. Lo
mata muy bien. En el último, que se viene abajo, Roca Rey se sube encima, se
muestra valiente hasta la temeridad, acaba asustando a la gente, es encunado
aparatosamente pero parece que se libra
de la cornada. No se le puede pedir más.
En San Fermín suele
cantarse una canción mexicana cuyo título viene al pelo: delante de Don Juan
Carlos, con veintisiete años de alternativa, Enrique Ponce demuestra que sigue
siendo el rey. Manzanares corre el riesgo de quedarse en príncipe heredero
(como Carlos de Inglaterra). Roca también quiere ser Rey.
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