López Simón sale a hombros de la monumental de Pamplona tras cortar tres orejas en la primera corrida EFE |
El matador madrileño demuestra su
momento y su sitio y sale a hombros con tres orejas afeadas por la baja
colocación de la espada; muy armada y desfondada corrida de Jandilla, con un
tercero de mejor nota
Ver ....EL
MUNDO El mundo al revés', que firmaba ayer Joaquín
Ortigosa en las páginas de este diario, se cumplió por la tarde en las plaza de
toros. Los chicos malotes de las peñas de sol que increpaban, insultaban y
pitaban a los anteriores alcaldes de Pamplona como Barcina o Maya fueron niños
buenos con Joseba Asirón, y la
sombra ejerció el papel de educada oposición con una silbadita contenida y pija.
El buenismo de escaparate durará mientras ostenten el poder. Es el mensaje. El
calcetín de la plaza dado la vuelta como espejo de la sociedad pamplonesa. Y la
plaza, como la ciudad, hasta la bandera (navarra) con el cartel de "no hay
billetes".
López Simón estrenaba apoderado (Julián Guerra) como el
equipo que estrena entrenador y sale a por todas. En este aire y con
este sitio, Simón ya ha conquistado en 2015 la Puerta Grande de San Isidro. Dos
veces, dos. Y San Fermín no podía ser menos. El astifinísimo castaño tercero de
Jandilla se prestó en su contado poder con nobleza y humillación. Los estatuarios de la apertura de faena
se liberaron de la quietud con un pase del desprecio y una trincherilla con su
aquél. El renovado y joven torero se encajó por la mano derecha
en tres series de ligazón y zapatillas aplomadas. Las puntas rozaron el
corbatín en un pase de pecho y la espalda en diferente resolución de tanda. Molestó el viento cuando presentó la
izquierda y cuando se la volvió a ofrecer todavía más. No importó. No pestañeó
un músculo.
Y
entonces Guerra desde la barrera dio la voz de un ataque mayor. Y Simón echó
las rodillas por tierra. Los puñales le pasaban a la altura del
rostro
como un escalofrío. Pamplona rugía. De
milagro se escapó con el toro apuntando su final. Gateó de
espaldas como la niña del exorcista por las escaleras. Y con la misma rabia se
incorporó por bernadinas sin la ayuda. Muy pamplonica el último tramo de obra.
La estocada baja no se interpuso en el camino de la oreja.
Un
tío alto de agujas y descarado vino a completar el lote de López Simón, que de
nuevo se quitó las zapatillas para sentir, digo, la arena de Pamplona. Pero lo importante es que estuvo
agarrado al piso con una plomada testicular para admirar. Y
cuando el torazo dejó de viajar, lo que sucedió más pronto que tarde, se arrimó
como un jabato. Por
manoletinas se ajustó ahora después de pasárselo por la barriga.
La espada se hundió de nuevo en los blandos, y esta vez no es que no se
interpusiera en la senda del trofeo, sino que Asirón el magnánimo le entregó
las dos, una exageración
populista, un signo de la política que ha de venir, la del entreguismo.
Simón golpeó primero y salió a hombros con sus redaños.
Juan
José Padilla como ídolo sanferminero convulsionó poco a sus partidarios con un
cinqueño castaño de seria cara, escasa fuerza, sentida querencia y movimientos
como descoordinados. O
al menos esa impresión causaba a veces sus apoyos delanteros y sus brincos.
Sin maldad ninguna, soltaba la cara por pura impotencia. Padilla banderilleó
fácil y muleteó en las medias alturas sin la convicción con la que mató.
No
mejoró el ánimo con el enmorrillado cuarto. El Ciclón de Jerez apenas se
pareció a su sombra más que en una larga cambiada de rodillas. Castigó en firme
al aleonado jandilla en el caballo, no cogió lo palos y anduvo siempre por
fuera con la muleta. Omito juicio de un toro que no se pudo ver, pero que no se
comía a nadie bajo sus cuajadas apariencias. Al tercer envite murió. Le queda otra
tarde a Padilla...
Al
burraco y guapo segundo lo lanceó a la verónica Pepe Moral con fibra en los
vuelos. Midió el castigo e intervino por chicuelinas, que López Simón replicó
por chicuelinas. Y si
contamos las chicuelinas de Padilla en su primero... Pobre
Chicuelo. Punteaba mucho el jandilla de
Vegahermosa,
especialmente sacudido por el izquierdo. La mayor virtud de Moral residió en la
limpieza, que no era fácil, salvo en un desarme inoportuno; el afán lo puso
afanoso luego. La espada
muy tendida le condujo al precipicio del descabello y los dos avisos.
El
quinto quitaba el hipo con sus 605 kilos y su cabeza atávica. Las mazorcas como
los brazos de Foreman. Mas en la fachada se quedó. Sangrado en el peto y sin
fondo -como toda la
corrida de Borja Domecq- para aguantar, se vino abajo en la
muleta de un Pepe Moral que lo intentó todo incluso descalzo, que es cuando se
siente a gusto. No se
dio el caso y ahora sí que tumbó al torazo con media estocada en buen sitio.
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