Saúl Jiménez Fortes después de ser cogido por el toro de Salvador Domecq. Uceda se acerca con
semblante preocupado a atenderle (Foto de Ballesteros para EFE)
Nadie
tiene la culpa
de la tremenda cogida de Saúl
Jiménez Fortes.
Quizás
la tenga el toro,
quizás el viento
o quizás la apuesta
del propio torero (heroica apuesta) en pos de la Puerta Grande de las
Ventas.
Nadie
tiene la culpa
de la cogida pero si que somos todos
un poco responsables
de nuestra actual forma
de valorar el toreo. Y de lo que decimos. Somos responsables de
no saber ver lo
que ocurre en las plazas.
Vivimos
tiempos de tremenda desorientación
y despiste. De confusión
máximas. Influidos por las corrientes animalistas,
tan en boga, los aficionados nos identificamos cada vez
más con el toro
y cada vez menos con los toreros.
Hasta
tal punto que, incluso, llegamos a pensar
que el toreo, la Fiesta de los toros, sólo se justifica en función de la extrema fiereza del
toro. Y, en ese sentido, todo
nos parece poco. Por eso, pedimos, más bien exigimos, toros tremebundos, desaforados, intoreables
("toros que den miedo" es el eslogan de moda hoy día) porque como no
sean así (tremebundos, desaforados, intoreables, que den miedo) ya no nos parecen toros.
Como
además, vemos torear con máxima
perfección
a los toreros de ahora, queremos
justificar esa perfección por el comportamiento bobalicón
del toro de nuestros días. Por eso, cuando nos referimos a determinadas
ganaderías, hablamos de toros mecánicos,
de toros prefabricados, de toros domecqsticados.
De la ovejita de Norit.
Creo
que no somos conscientes
del desatino
que encierran esas opiniones, ni del daño
que hacen. Quizás, porque no somos conscientes del peligro real que
tienen los toros que hoy se lidian. Toros con la edad, con trapío, con tamaño y con muchos pitones.
Ese
grave error de
apreciación deriva quizás de la distancia con la que vemos el toreo.
Distancia mental,
provocada quizás por ese animalismo
que nos envuelve a todos, pero también distancia física.
Y
es que no es lo mismo ver
toros en una pequeña
plaza de pueblo que verlos en una localidad de andanada de una plaza
Monumental o en la pantalla de la Televisión.
Cuando
los toros se ven
desde la andanada (o desde la televisión) no es nada fácil percibir su peligro, su riesgo o sus matices.
Los toros hay que verlos más
cerca, en sentido real
y figurado.
Sólo así se pueden sentir
su presencia,
su tamaño,
sus pitones,
su mirada.
Desde
la andanada
(o desde la televisión), todos los toros
son chicos (la moda del toro grande nace en las plazas
Monumentales) y ningún toro es suficientemente peligroso ni fiero (solo, quizás, los galafates de 600 kilos
capaces de derribar
con estrépito a los picadores). El problema de la fiesta actual no está en el ruedo
sino en el erróneo punto
de vista que adoptamos los espectadores.
La
consecuencia de ese punto de vista tan
errático es que no
encierra ninguna empatía hacia quien se
viste de luces. Es un punto de vista que, a mí personalmente, no me seduce lo más
mínimo pues no me gusta
el circo
romano.
Quiero
toros que embistan
(no elefantes imposibles) y quiero toreros
valientes que les hagan frente con la gallardía con la que siempre los toreros se
han enfrentado a los toros (no hombres echados a las fieras).
Quien
para emocionarse
necesita que salga
por los chiqueros el buey
Apis tiene un acusado problema
de percepción, perspectiva
y conocimiento. Quien acusa de mecánica o prefabricada la embestida de
los toros del encaste
Domecq y
los denuncia como poco
peligrosos confunde el riesgo real con las apariencias. Confunde
la realidad
con sus prejuicios.
Como se acredita
tarde tras tarde en los ruedos. Sin ir más lejos, como se ha acreditado esta misma tarde.
Esa
forma de
ver los toros puede resultar, creo que lo es, equivocada y errónea pero allá cada cual
con sus prejuicios
y su conciencia.
Sólo espero que nadie tenga la poca
vergüenza de hablar hoy de accidente o error del torero (como
se ha hecho otras veces en ocasiones similares)
para justificar sus
erráticas teorías.
También espero que nadie tenga la poca vergüenza de acusar de oportunismo a lo que
sólo es oportuno,
como esta reflexión.
El
precio
de una entrada no da derecho a decir sandeces
ni mentiras
sobre el peligro real
que tienen los toros, todos
los toros. El precio
de una entrada no vale
nunca lo que vale la
vida de un hombre.
Nadie tiene la culpa de la cogida de Fortes pero todos
somos un poco culpables
del descrédito
en el que queremos sumir
al toreo.
Esta es la pasta de la que están
hechos los toreros de hoy (no todos por
supuesto, no confundamos) aunque algunos ¿aficionados? ni se han enterado ni se van a enterar en su vida.
Tomado de: http://larazonincorporea.blogspot.com/
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