Manizales (Colombia), 07 Ene (EFE).- El rejoneador español Pablo Hermoso de Mendoza y el diestro David Mora cortaron sendas orejas en la penúltima corrida de la feria de Manizales.
Con casi tres cuartos de entrada, se lidiaron cinco toros de Juan Bernardo Caicedo y uno de Dosgutiérrez, como sexto bis, para rejones. Desiguales de presentación y, salvo el tercero, faltos de casta.
El colombiano Sebastián Vargas, silencio y aviso.
David Mora, vuelta al ruedo y oreja.
El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, oreja y silencio.
El festejo celebrado sabado fue aburrido de principio a fin y no dejó mayor historia. En buena parte, el encierro de Juan Bernardo Caicedo, de desigual presentación, tuvo responsabilidad. Ninguno de los toros pasó esa raya que solo lo hacen los ejemplares bravos. Por eso, la corrida se desfondó toro a toro.
.
Mientras, la terna puso voluntad para salvar la tarde, ante un público que quería aferrarse a cualquier cosa, aunque fuera intrascendente.
Vargas quiso imponer la alegría de su toreo. En los dos toros de su lote pudo lucirse en banderillas, un tercio que domina a la perfección. Incluso, en su segundo, tuvo que poner hasta cuatro pares de banderillas para satisfacer al público de la plaza.
El que abrió plaza se paró en la mitad del ruedo y no quiso embestir. El cuarto, un jabonero de no muy buenas hechuras, fue violento en la muleta. El torero colombiano puso su muleta por delante y su lidia fue acorde a las condiciones del toro, que punteaba los engaños y elevaba con aspereza sus embestidas. Una lidia no muy agradable y en la que el diestro estuvo incómodo ante esas complejas condiciones. Con la espada no hubo brevedad.
David Mora estuvo terco toda la tarde. Se empecinó en triunfar pese a que no tenía oponentes con condiciones. Su primero se hizo peligroso a medida que reducía su recorrido. La espada en magnífico sitio y de impecable ejecución motivó al público para aceptar una vuelta al ruedo que el madrileño inició por su cuenta. Al segundo de su lote, un jabonero de hechuras poco agradables, le faltaba casta y fuerza. El toro se derrumbaba en cada tercer muletazo y el público le clamaba al torero que pusiera fin al suplicio. Pero David se empeñó en mantener al toro de pie. Insistió durante largos intentos, hasta conseguir que el toro repitiera en tres series en redondo, en las que el torero llevó su muleta a media altura. Aunque hubo temple, y Mora consiguió su objetivo, la faena tampoco es para recordar. Pero sí fue premiada por el público y la presidencia con una oreja.
El tercero de la tarde fue el capítulo de mayor emoción. El toro castaño que le correspondió a Hermoso de Mendoza sí que tuvo casta. Incluso en exceso. Así lo demostró en el primer tercio, en el que no solo estaba poniendo en serios aprietos al rejoneador, sino que el ruedo se le quedaba pequeño para su bravura.
El navarro no lo dudó y le dio tres dosis de castigo. Con los efectos de tres rejones el toro se paró, aunque intentaba perseguir con buena clase, condiciones a las que nunca renunció pese al exceso.
Pero le vino bien a Hermoso de Mendoza para hacer una lidia completa, con banderillas al quiebro, piruetas de salida, un par de banderillas cortas a dos manos, y el alarde del teléfono en la testuz del toro. Fue premiado con una oreja. El sexto se reculó en tablas apenas salió al ruedo. El de Estella tuvo que recurrir a un caballo de banderillas para clavar los rejones, y trató de plantarle cara a esas condiciones imposibles. Tras poner una banderilla, la equivocada presidencia decidió cambiar el toro. El sexto bis, de la ganadería de Dosgutiérrez, fue alto y embistió con poca clase. Pablo intentó faena y la consiguió. Pero fue de trámite, precisa, pero con poca emoción.
Con casi tres cuartos de entrada, se lidiaron cinco toros de Juan Bernardo Caicedo y uno de Dosgutiérrez, como sexto bis, para rejones. Desiguales de presentación y, salvo el tercero, faltos de casta.
El colombiano Sebastián Vargas, silencio y aviso.
David Mora, vuelta al ruedo y oreja.
El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, oreja y silencio.
El festejo celebrado sabado fue aburrido de principio a fin y no dejó mayor historia. En buena parte, el encierro de Juan Bernardo Caicedo, de desigual presentación, tuvo responsabilidad. Ninguno de los toros pasó esa raya que solo lo hacen los ejemplares bravos. Por eso, la corrida se desfondó toro a toro.
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Mientras, la terna puso voluntad para salvar la tarde, ante un público que quería aferrarse a cualquier cosa, aunque fuera intrascendente.
Vargas quiso imponer la alegría de su toreo. En los dos toros de su lote pudo lucirse en banderillas, un tercio que domina a la perfección. Incluso, en su segundo, tuvo que poner hasta cuatro pares de banderillas para satisfacer al público de la plaza.
El que abrió plaza se paró en la mitad del ruedo y no quiso embestir. El cuarto, un jabonero de no muy buenas hechuras, fue violento en la muleta. El torero colombiano puso su muleta por delante y su lidia fue acorde a las condiciones del toro, que punteaba los engaños y elevaba con aspereza sus embestidas. Una lidia no muy agradable y en la que el diestro estuvo incómodo ante esas complejas condiciones. Con la espada no hubo brevedad.
David Mora estuvo terco toda la tarde. Se empecinó en triunfar pese a que no tenía oponentes con condiciones. Su primero se hizo peligroso a medida que reducía su recorrido. La espada en magnífico sitio y de impecable ejecución motivó al público para aceptar una vuelta al ruedo que el madrileño inició por su cuenta. Al segundo de su lote, un jabonero de hechuras poco agradables, le faltaba casta y fuerza. El toro se derrumbaba en cada tercer muletazo y el público le clamaba al torero que pusiera fin al suplicio. Pero David se empeñó en mantener al toro de pie. Insistió durante largos intentos, hasta conseguir que el toro repitiera en tres series en redondo, en las que el torero llevó su muleta a media altura. Aunque hubo temple, y Mora consiguió su objetivo, la faena tampoco es para recordar. Pero sí fue premiada por el público y la presidencia con una oreja.
El tercero de la tarde fue el capítulo de mayor emoción. El toro castaño que le correspondió a Hermoso de Mendoza sí que tuvo casta. Incluso en exceso. Así lo demostró en el primer tercio, en el que no solo estaba poniendo en serios aprietos al rejoneador, sino que el ruedo se le quedaba pequeño para su bravura.
El navarro no lo dudó y le dio tres dosis de castigo. Con los efectos de tres rejones el toro se paró, aunque intentaba perseguir con buena clase, condiciones a las que nunca renunció pese al exceso.
Pero le vino bien a Hermoso de Mendoza para hacer una lidia completa, con banderillas al quiebro, piruetas de salida, un par de banderillas cortas a dos manos, y el alarde del teléfono en la testuz del toro. Fue premiado con una oreja. El sexto se reculó en tablas apenas salió al ruedo. El de Estella tuvo que recurrir a un caballo de banderillas para clavar los rejones, y trató de plantarle cara a esas condiciones imposibles. Tras poner una banderilla, la equivocada presidencia decidió cambiar el toro. El sexto bis, de la ganadería de Dosgutiérrez, fue alto y embistió con poca clase. Pablo intentó faena y la consiguió. Pero fue de trámite, precisa, pero con poca emoción.
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