miércoles, agosto 24, 2011

MORANTE DEL AVERNO SUBE A LOS CIELOS EN BILBAO

Tomado de: 09) Toroprensa Morante, a veces pienso que te deberían llevar al Tribunal Constitucional a ver quién tiene cojones de prohibirte

Que no se empeñe nadie. Morante de la Puebla no tiene parangón porque su toreo surge del averno, de los círculos de la Comedia de Dante Alighieri hasta llegar al paraíso con Beatriz. Morante es un aquelarre cuando le da la gana, cuando se siente provoca seísmos gravitacionales, desgrana convulsiones, genera terremotos en la zona cero misma del toreo. Morante, supersónico, es capaz de torear lentamente a la velocidad de la luz. Engatusar a un toro al dictado de todas las tauromaquias descritas y vividas, leídas y soñadas. Morante, la esencia misma del toreo jondo, de los alardes sin espuelas, de los molinetes invertidos como firma a naturales de cadencia infinita y de ritmo y arquitectura decadente. De arriba a abajo, enroscado en la res, enroscándose él mismo con esa muleta leve que vuela lánguida, lenta, casi detenida e insondable para adormecer al toro, para hipnotizar a la fiera, para consentirla por abajo con ese inicio magistral y abucheado por esos impresentables que se creen más que nadie porque un día alguien les dijo que leyeran un manual. Quizás se quedaron en el índice y se lo aprendieran de memoria, como la Conjuración de Catilina, como la tabla de multiplicar. Por eso no entienden nada, ni quieren ni pueden. No les afecta la belleza y les declaro marchitos para toda vida; los declaro muertos de toda sensibilidad, olvidados, denostados.

Morante flexionado, con esa barriguita tan evidentemente suya, con ese fajín negro, toreándole hasta la entraña de sus propias patillas. Morante, a lo sumo, pensativo. Dirigiendo su estrategia, digiriendo el pitido hosco. El toro bravo, con un compás por el pitón izquierdo del que sólo tenía noticias el de la Puebla. La muleta explícita, sin una violencia, sin una declaración de que pudiera intercalarse una duda entre las neuronas del matador y el toro de Cuvillo. No fue una faena decidida en su fin desde el principio. Fue una escalada sin oxígeno, un discurso del método pero en plan torero. Suavidad y mando. Diálogo socrático entre la inteligencia morantiana y la brava diligencia cuvillesca; había de cierto un fondo de bravura pero necesitaba de un torero espeleólogo que no tuviera reparos en introducirse en la caverna de su bravura, en el averno. Al principio en línea por el pitón bueno. Morante sin obligaciones te compone una Traviata ahí mismo. Poco a poco, desterrando las vacilaciones del toro. Morante ahora afloja su academicismo y toma la ruta sin oxígeno del K-2; sin sherpas, sin cordeles que le aseguren que no vaya a caerse por el precipicio. Morante se rompe sin estridencias, se pone barroco sin esas sobreactuaciones de los toreros estilistas. Hablamos del toreo de arte, hablamos del valor. ¿Es qué existe alguien a estas alturas que no esté convencido de que son la misma cosa? Morante, cuando se pone en plan chamán, basa su tauromaquia en la permanente relación con su valor, hasta cuando se abandona en ese océano de su generosidad para con el toro, para con la fiesta, hasta para derritir los negros nubarrones de los que pitaban con el asqueroso rintintín de su manual su indomesticable apertura de faena. Enardecido, flexionado, con la muleta barriendo los lomos del Cuvillo de pitón a rabo con un compás colosal. Pero sin apreturas, sin costaladas, sin exageraciones. Morante natural al natural, firme y cadencioso en redondo.

Seguro con la espada. Faena larga como el Ulises de Joyce, faena para estudiar por entregas pero lejos de cualquier retórica. Faena universal de catedrático con corbatín negro de seda como el fajín entornado en su barriguita verde de ayer en Bilbao. Morante, a veces pienso que te deberían llevar al Tribunal Constitucional a ver quién tiene cojones de prohibirte. Morante con cara de angelote de una virgen de Murillo, con sonrisa de fauno, con espíritu de la fragua de Vulcano. No intento describirlo porque me siento incapaz. Me puede el corazón y la adjetivación imprecisa pero voluptuosa que se amontona en un teclado que es inocuo para describir su convulsión. Morante, en mi vida he visto otra cosa igual.

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