En España se encuentran tantos componentes de nuestra identidad mestiza como en el Altiplano o el Caribe, de modo que para conocernos hay que meterse en sus paisajes, saborear sus guisos, escuchar sus sonidos, rezar en sus templos, caminar sus calles y ver una corrida de toros. La literatura permite el análisis pero nada como la experiencia de recorrer la Ruta de la Plata, entrar en los claustros salmantinos, contemplar la tumba de Alfonso X El Sabio en la catedral de Sevilla, recorrer las salas del museo del Prado, deambular por los espacios insólitos de la basílica de la Sagrada Familia de Gaudí, o escuchar las cantaoras de Sacramonte, y en cada uno de estos y muchos otros lugares conocer gente y ganar amigos.
Esas correrías entre taurinas y jurídicas me han permitido conocer a un hombre que decidió echarse al hombro a España y cargar con ella hasta que le alcance la vida. La de fandango y pandereta, la de Frascuelo y de María, la de El Quijote y Sancho, como no; también la de Nadal y de Casillas, la de Domeq y Ponce, la de Ramón y Cajal y Mariano Barbacid. La España íntegra y profunda amasada durante muchos siglos que le hace ostentar sobre su cuero de toro una forma de ser tan particular: pocas sociedades ofrecen una identidad tan inconfundible y tan variada, y ninguna otra ha hecho como España un trasiego generoso y masivo de sus valores y costumbres. Y es la pasión la cepa que permite comprenderlo, como pasión es lo que anima a Juan Lamarca, a quien me refiero: pasión por España.
De cuna mecida en un mar de olivos y viejísimas calles, se le metió la tierra en el alma y cargó con ella a Madrid donde sin dejar su espíritu ubetense se hizo señor de la Villa y Corte. Desde el servicio en el Cuerpo Nacional de Policía ocupó la presidencia de las corridas de toros en Las Ventas y allí expuso por más de 20 años su concepto de España, en la dirección del dramático arte que se dibuja donde el toro es toro y el torero tiene que serlo. Si las instituciones españolas hubiesen seguido el guión lamarquiano establecido en Las Ventas, no se habría repetido la grotesca historia de Fernando VII perdiendo no ya América, sino empobreciendo sus esencias y su liderazgo en Europa.
Rodilla en tierra ante Dios y cara alta ante los hombres: gallardo, elegante, marcial y bien educado, se dobla ante las emociones: le he visto sus ojos humedecidos cuando se le aglomeran sus sentimientos por España y por los toros, que son una misma cosa. Portador de valores éticos, buen lenguaje, metafórico o directo según las circunstancias, buen lector y apasionado; es decir, español con el carácter del mejor vino y la casta de un Pablo Romero.
Hace días subíamos por la Puerta de Alcalá hacia la Gran Vía y me vino a la memoria aquel grabado de mi pueblo. Esta es una de las calles más bella del mundo llena de luz, espléndidos edificios y grandes significados: Allí está la iglesia de San José donde se casó Bolívar y muy cerca el Cristo de Medinaceli, símbolos de una manera de ser y de sentir.
Hay que andar por los caminos de España y tratar personas como don Juan Lamarca para saber quiénes somos, apreciar el temple del gentilicio y la riqueza de una cultura que tiene en él un incansable pregonero.
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