Por:
Alcalino.
Me
comentaban dos buenos amigos, entre mosqueados e indignados, que era el colmo
que en al menos dos secciones taurinas de sendos tabloides deportivos se hayan
publicado, al día siguiente de la victoria de México sobre Croacia,
extensas notas recogiendo el júbilo de diversos miembros de la “familia taurina
mexicana” cuando los reporteros les inquirieron acerca de la gesta mundialista
del Tri. ¿Te imaginas una nota similar, con gente del deporte opinando sobre
algún suceso taurino realmente significativo? Ni en sueños, se contestaban,
furiosos.
Como
tantos aficionados a toros, expresaban así esa alergia tan peculiar –entre
ataque de celos y fatalidad derrotista– que despierta en muchos taurófilos la
popularidad arrasadora del balompié, que todo lo invade, mientras la fiesta
brava como tema y como noticia apenas alcanzan un débil reflejo en la prensa,
la radio o la televisión, que son –sobre todo esta última– el único certificado
actual de que algún tema o acontecimiento, por insulso que sea, merece citarse,
comentarse y, en definitiva, existir.
Candelero y ninguneo
Evidentemente, es erróneo culpar al futbol de la crisis de información que
padece la tauromaquia, a sabiendas que a los medios lo que les interesa es
vender, no facilitar el ejercicio del derecho a la información que toda
sociedad tiene. Si para ello deben arrojarse en brazos de lo populachero y
vulgar, pues bien haya. Y conste que con tales calificativos no aludo
específicamente al futbol –cuya particular magia, acrecentada en los mundiales,
goza de entusiasta y general aceptación–, sino, en realidad, a cualquier asunto
capaz de producir dinero, lo mismo si se trata de concursos donde a las
supuestas “estrellas” no les pagan ni el camión, que lamentables sesiones de
comicidad zafia o ramplones programas de música grupera.
Ya
operaba ese principio mercantil en los tiempos de auge de la fiesta, y
precisamente por eso –es decir, porque interesaba y vendía a gran escala– hace
unas décadas diarios y revistas rebosaban de notas, crónicas y columnas
taurinas, y las corridas y novilladas eran televisadas y transmitidas por radio
regularmente. Lo que los aficionados tendríamos que preguntarnos es qué ocurrió
en el camino que el poder de atracción del toreo, las especialísimas
sensaciones que este arte ha sido capaz de comunicar a tantas generaciones en
nuestro país, se fue debilitando paulatinamente hasta llegar a la triste
situación actual.
Cuando toros y futbol eran compatibles
Ni siquiera es necesario conversar con un aficionado
curtido
por los años, basta con preguntarse sobre el por qué de la vecindad de nuestra
Plaza México con el estadio Azul: cuando Neguib
Simón concibió la idea de lo que bautizó como Ciudad de los
Deportes –proyecto finalmente trunco–, bien presentes tenía los gustos de la
época, en los cuales fiesta brava y balompié coincidían. El astuto yucateco,
simplemente, pensó en facilitarle al ciudadano común un acceso directo a
escenarios apropiados para ambas aficiones. Y gracias a ello, los capitalinos
pudieron disfrutar ambas durante muchos años e incontables domingos no como
espectáculos opuestos sino complementarios.
Históricamente,
la afición a los toros es muy anterior a la del balompié. Y es un hecho que a
éste, en México, le costó abrirse paso –en los 30 se implantó el horario de
mediodía para los partidos a fin de evitar que la corrida vespertina les
quitase público–; llegó más tarde un momento un momento de equilibrio entre
ambos, que, con algunas variaciones entre países, puede localizarse en el
periodo que va de los años 50 a los 80 del siglo XX. Y es a partir de la última
década del mismo que la popularidad del futbol se disparó, mientras la de la
tauromaquia menguaba a ojos vistas.
Equilibrios y desequilibrios
Que el ciudadano promedio encuentre mayores emociones en las hazañas de
los ídolos futboleros y el caprichoso viaje de un balón que en los lances de la
lidia merece un análisis que nos interpela directamente. El primer paso sería
reconocer que tal cosa nunca hubiera sido factible si los mercachifles volcados
hoy a la explotación del balompié no hubiesen olfateado a tiempo que ahí había,
por decisión soberana del pueblo, el embrión de una generosa fuente de
ingresos, que otros espectáculos, como el toreo, ya no garantizaban.
Ante
esto, quedaban dos caminos: el de la compatibilidad de ambas aficiones, si el
hipotético cliente las aceptaba como parejamente emotivas, o el predominio de
una sobre otra. Desde luego, no era una competencia pareja: siempre moverá más
a pasión la pugna directa que plantea el deporte que la simbólica que encierra
la corrida. Y desde la mercadotecnia, las posibilidades de potenciar el interés
de la gente a través de apuestas, venta de camisetas y demás parafernalia,
llevada hasta límites delirantes en el siglo presente, explica, junto con la
inevitable internacionalización del balompié, su incontenible popularidad
actual.
Causas probables
Ahora bien, ¿cómo contrarrestar todas esas desventajas desde la trinchera
de lo taurino? Emoción por emoción, me sigo quedando con la que me producen las
evoluciones de un arte al filo de la muerte, sin desconocer que el futbol puede
alcanzar también, a su manera, niveles estéticos y emotivos sobresalientes. No
siempre, desde luego, como tampoco la tauromaquia. Lo malo es que esos éxtasis
esporádicos pero preciosos se han ido evaporando a grandes pasos de las plazas
de toros, mientras en las canchas de futbol ocurre lo contrario, como bien
demuestra la actual Copa del Mundo. Por más que sigan teniendo un lugar aparte
en el corazón del taurófilo sensible y fiel gestas como las que la anterior
semana nos regalaron Joselito
en Istres y José Tomás
en Granada y León (por cierto, con muy poco eco en los medios, ya condicionados
por años de ninguneo a la tauromaquia).
Pero,
al margen de lo excepcional y lo vicioso, la única manera de combatir, tanto el
silencio informativo como la indiferencia del público, sería devolverle a la
fiesta su emoción e incertidumbre naturales. Lo cual sólo puede conseguirse con
toros de verdad y artistas excepcionales. Y si la baraja taurina actual llama a
la esperanza, no pasa lo mismo con el elemento astado, cuya progresiva
degeneración incluso ha dado lugar, entre nosotros, al post toro de lidia
mexicano; y en España, a las usuales manifestaciones de hastío e
impaciencia de públicos cada vez menos interesados en las peripecias de la
lidia, aunque acudan a los cosos, si bien en cantidades preocupantemente bajas.
De
manera que, aficionados, a dejarse de quejumbres y diatribas contra el futbol,
y a pugnar porque la fiesta recupere los valores éticos y estéticos que le
fueron propios. Y que, cuando se presentan, no son comparables ni reemplazables
por el balompié ni por ningún otro espectáculo. .lajornadadeoriente.com.mx
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