lunes, junio 30, 2014

TOROS Y FUTBOL, ¿enemigos complementarios?




Por: Alcalino.

Me comentaban dos buenos amigos, entre mosqueados e indignados, que era el colmo que en al menos dos secciones taurinas de sendos tabloides deportivos se hayan publicado, al día siguiente de la victoria de México sobre Croacia,  extensas notas recogiendo el júbilo de diversos miembros de la “familia taurina mexicana” cuando los reporteros les inquirieron acerca de la gesta mundialista del Tri. ¿Te imaginas una nota similar, con gente del deporte opinando sobre algún suceso taurino realmente significativo? Ni en sueños, se contestaban, furiosos.

Como tantos aficionados a toros, expresaban así esa alergia tan peculiar –entre ataque de celos y fatalidad derrotista– que despierta en muchos taurófilos la popularidad arrasadora del balompié, que todo lo invade, mientras la fiesta brava como tema y como noticia apenas alcanzan un débil reflejo en la prensa, la radio o la televisión, que son –sobre todo esta última– el único certificado actual de que algún tema o acontecimiento, por insulso que sea, merece citarse, comentarse y, en definitiva, existir.

Candelero y ninguneo

Evidentemente, es erróneo culpar al futbol de la crisis de información que padece la tauromaquia, a sabiendas que a los medios lo que les interesa es vender, no facilitar el ejercicio del derecho a la información que toda sociedad tiene. Si para ello deben arrojarse en brazos de lo populachero y vulgar, pues bien haya. Y conste que con tales calificativos no aludo específicamente al futbol –cuya particular magia, acrecentada en los mundiales, goza de entusiasta y general aceptación–, sino, en realidad, a cualquier asunto capaz de producir dinero, lo mismo si se trata de concursos donde a las supuestas “estrellas” no les pagan ni el camión, que lamentables sesiones de comicidad zafia o ramplones programas de música grupera.

Ya operaba ese principio mercantil en los tiempos de auge de la fiesta, y precisamente por eso –es decir, porque interesaba y vendía a gran escala– hace unas décadas diarios y revistas rebosaban de notas, crónicas y columnas taurinas, y las corridas y novilladas eran televisadas y transmitidas por radio regularmente. Lo que los aficionados tendríamos que preguntarnos es qué ocurrió en el camino que el poder de atracción del toreo, las especialísimas sensaciones que este arte ha sido capaz de comunicar a tantas generaciones en nuestro país, se fue debilitando paulatinamente hasta llegar a la triste situación actual.

Cuando toros y futbol eran compatibles

Ni siquiera es necesario conversar con un aficionado curtido por los años, basta con preguntarse sobre el por qué de la vecindad de nuestra Plaza México con el estadio Azul: cuando Neguib Simón concibió la idea de lo que bautizó como Ciudad de los Deportes –proyecto finalmente trunco–, bien presentes tenía los gustos de la época, en los cuales fiesta brava y balompié coincidían. El astuto yucateco, simplemente, pensó en facilitarle al ciudadano común un acceso directo a escenarios apropiados para ambas aficiones. Y gracias a ello, los capitalinos pudieron disfrutar ambas durante muchos años e incontables domingos no como espectáculos opuestos sino complementarios.

Históricamente, la afición a los toros es muy anterior a la del balompié. Y es un hecho que a éste, en México, le costó abrirse paso –en los 30 se implantó el horario de mediodía para los partidos a fin de evitar que la corrida vespertina les quitase público–; llegó más tarde un momento un momento de equilibrio entre ambos, que, con algunas variaciones entre países, puede localizarse en el periodo que va de los años 50 a los 80 del siglo XX. Y es a partir de la última década del mismo que la popularidad del futbol se disparó, mientras la de la tauromaquia menguaba a ojos vistas.

Equilibrios y desequilibrios

Que el ciudadano promedio encuentre mayores emociones en las hazañas de los ídolos futboleros y el caprichoso viaje de un balón que en los lances de la lidia merece un análisis que nos interpela directamente. El primer paso sería reconocer que tal cosa nunca hubiera sido factible si los mercachifles volcados hoy a la explotación del balompié no hubiesen olfateado a tiempo que ahí había, por decisión soberana del pueblo, el embrión de una generosa fuente de ingresos, que otros espectáculos, como el toreo, ya no garantizaban.

Ante esto, quedaban dos caminos: el de la compatibilidad de ambas aficiones, si el hipotético cliente las aceptaba como parejamente emotivas, o el predominio de una sobre otra. Desde luego, no era una competencia pareja: siempre moverá más a pasión la pugna directa que plantea el deporte que la simbólica que encierra la corrida. Y desde la mercadotecnia, las posibilidades de potenciar el interés de la gente a través de apuestas, venta de camisetas y demás parafernalia, llevada hasta límites delirantes en el siglo presente, explica, junto con la inevitable internacionalización del balompié, su incontenible popularidad actual.

Causas probables

Ahora bien, ¿cómo contrarrestar todas esas desventajas desde la trinchera de lo taurino? Emoción por emoción, me sigo quedando con la que me producen las evoluciones de un arte al filo de la muerte, sin desconocer que el futbol puede alcanzar también, a su manera, niveles estéticos y emotivos sobresalientes. No siempre, desde luego, como tampoco la tauromaquia. Lo malo es que esos éxtasis esporádicos pero preciosos se han ido evaporando a grandes pasos de las plazas de toros, mientras en las canchas de futbol ocurre lo contrario, como bien demuestra la actual Copa del Mundo. Por más que sigan teniendo un lugar aparte en el corazón del taurófilo sensible y fiel gestas como las que la anterior semana nos regalaron Joselito en Istres y José Tomás en Granada y León (por cierto, con muy poco eco en los medios, ya condicionados por años de ninguneo a la tauromaquia).

Pero, al margen de lo excepcional y lo vicioso, la única manera de combatir, tanto el silencio informativo como la indiferencia del público, sería devolverle a la fiesta su emoción e incertidumbre naturales. Lo cual sólo puede conseguirse con toros de verdad y artistas excepcionales. Y si la baraja taurina actual llama a la esperanza, no pasa lo mismo con el elemento astado, cuya progresiva degeneración incluso ha dado lugar, entre nosotros, al post toro de lidia mexicano; y en España, a las usuales manifestaciones de hastío e impaciencia de públicos cada vez menos interesados en las peripecias de la lidia, aunque acudan a los cosos, si bien en cantidades preocupantemente bajas.

De manera que, aficionados, a dejarse de quejumbres y diatribas contra el futbol, y a pugnar porque la fiesta recupere los valores éticos y estéticos que le fueron propios. Y que, cuando se presentan, no son comparables ni reemplazables por el balompié ni por ningún otro espectáculo. .lajornadadeoriente.com.mx

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