Quienes gozamos de la apoteosis
de Morante hace unos días en Las Ventas, ¿acaso no vivimos la certeza de que su
capote se movió con la suavidad supraterrenal de un viento envolvente volando
desde abajo, movida la tela como si formara parte de su cuerpo?
¿No sabemos que el prodigio de
sus naturales sublimes ya es un cuento nunca acabado, que desde la salida de la
plaza, calle Alcalá arriba, empezamos a recrear y contaremos y que seguiremos
recreando y contándonos una y otra vez?
¿Y nos queda alguna duda de que José Antonio
Morante de la Puebla, así con el capote como con la muleta, es un dios que nos
habló despacio?
“La belleza como causa compartida. La poesía y el
toreo barajan en armonía la intensidad del instante y la rotundidad del
conjunto, porque un soneto logrado no admite un endecasílabo desajustado de la
misma manera que esa faena ya mítica no conoció ni un solo lance desacompasado.
Sílaba a sílaba, verso a verso y estrofa a estrofa; andares y colocación,
temple y reposo, el calado infinito de los derechazos y la profundidad de los
naturales”
“El toreo es probablemente la riqueza poética y
vital mayor de España” y “creo que los toros es la fiesta más culta que hay hoy
en el mundo; es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores
lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio adonde se va con la seguridad
de ver la muerte rodeada de la más deslumbrante belleza. ¿Qué sería de la
primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si dejaran de sonar
los clarines dramáticos de la corrida?”, así de categóricamente se manifestó
Federico García Lorca en esa histórica entrevista de Luis Bagaría que
constituye su testamento intelectual, publicada en ‘El Sol’ (Madrid) el 10 de
julio de 1936, pocos días antes de emprender aquel fatídico viaje final a
Granada. Y conviene resaltar que se trata de una entrevista muy pensada, ya que
la respondió por escrito y le estuvo dando vueltas hasta después de habérsela
entregado al periódico, como demuestra una carta a Adolfo Salazar, pidiéndole
que «sin que lo notara Bagaría quitarás la pregunta y la respuesta
[…] sobre el fascismo y el comunismo que está en
una página suelta».
De esa “riqueza poética” no cabe la menor duda, y
menos aún desde que José María de Cossío, nombre señero en los estudios de
tauromaquia, publicara en 1931 ‘Los toros en la poesía castellana’ (Madrid,
CIAP), antología tumbativa que partiendo de un anónimo cantar de capea,
villancico de finales del XVII (convento madrileño de la Merced), y pasando por
no pocos de los mejores ingenios del Siglo de Oro (Góngora, sor Juana Inés de
la Cruz o Quevedo), llega hasta Rubén Darío, los hermanos Machado, Juan Ramón
Jiménez, Federico García Lorca, Gerardo Diego y Rafael Alberti, relación
recientemente ampliada por Andrés Amorós tanto por el principio como
lógicamente por el final, iniciada con Gonzalo de Berceo y Alfonso X y cerrada,
entre otros, con Luis Alberto de Cuenca y Andrés Calamaro. Además, entre José
María de Cossío y Andrés Amorós, lejos de extenderse un desierto, nos
encontramos con un panorama riquísimo de estudios y recopilaciones, como las
dos estupendas de Manuel Roldán, ‘Poesía hispánica del toro’ (Escelicer, 1970)
y ‘Poesía universal del toro’ (Espasa Calpe, 1990).
‘Las cien mejores poesías taurinas’, antología
verdaderamente en puntas de Amorós, tiene la virtud, en la actualidad esencial,
de que la maravilla de los poemas viene precedida por sendos preliminares
explicativos –cuatro páginas por autor– en los que sobresale un conocimiento
que late en la claridad expositiva. Es divulgación de altura conciliada con
apreciaciones de referencias en las que nadie había reparado. Así, verbigracia,
el fragmento del poema seleccionado de Lope de Vega, ‘Fiestas en las bodas de
Lido, rey de Andalucía, con Clorinarda, hija del rey de Fez’, en el que
inequívocamente consta que el toro lidiado lucía el hierro del dueño, lo que
deshace la suposición de que usos ganaderos como este nacieran en el XVIII,
asunto del que yo me ocupé por extenso en ‘Luces sobre una época oscura. El
toreo a pie del siglos XVII’. He aquí el testimonio del Fénix de los Ingenios:
«Con una estrella en una mancha blanca,/ del dueño suyo conocido hierro».
Si yo tuviera que señalar un par de libros que
quintaesencian la belleza y la tragedia poética del toreo me inclinaría por ‘La
Fiesta Nacional’ de Manuel Machado, cuya reedición esta en vísperas, y ‘Llanto
por Ignacio Sánchez Mejías’ de Federico García Lorca, que comparte con las
‘Coplas por la muerte de su padre’ de Jorge Manrique la primacía de los cantos
elegiacos en español, sin olvidarme por eso de ‘La suerte o la muerte’ de
Gerardo Diego ni de ‘ Verte y no verte’ de Rafael Alberti, poemarios de
reconocimiento universal. Y si, más difícil todavía, tuviera que inclinarme por
un poema, por uno sólo, subrayaría, raro entre los raros, un apunte brevísimo
de Pedro Garfias (Salamanca, 1901-Monterrey, México, 1967), un español del
éxodo y el llanto, transterrado tras la guerra incivil, poeta de la vanguardia
(‘El ala del sur ’ ) y del compromiso, comisario político y cofundador de la
Alianza de Intelectuales Antifascitas, comunista que sin renunciar a su
ideología cantó a Manolete, combatiente franquista, unidos ambos, por encima de
enfrentamientos cainitas, en la militancia en la causa integradora del arte de
los temblores que es el toreo.
El apunte de Garfias se ciñe a seis versos y tres
imágenes: Manolete «se parecía/ a un viento volando bajo.// Se parecía/ a un
cuento nunca acabado.// Se parecía/ a un Dios que hablase despacio».
Quienes gozamos de la apoteosis de Morante hace
unos días en Las Ventas, ¿acaso no vivimos la certeza de que su capote se movió
con la suavidad supraterrenal de un viento envolvente volando desde abajo,
movida la tela como si formara parte de su cuerpo? ¿No sabemos que el prodigio
de sus naturales sublimes ya es un cuento nunca acabado, que desde la salida de
la plaza, calle Alcalá arriba, empezamos a recrear y contaremos y que
seguiremos recreando y contándonos una y otra vez? ¿Y nos queda alguna duda de
que José Antonio Morante de la Puebla, así con el capote como con la muleta, es
un dios que nos habló despacio?
La belleza como causa compartida. La poesía y el
toreo barajan en armonía la intensidad del instante y la rotundidad del
conjunto, porque un soneto logrado no admite un endecasílabo desajustado de la
misma manera que esa faena ya mítica no conoció ni un solo lance desacompasado.
Sílaba a sílaba, verso a verso y estrofa a estrofa; andares y colocación,
temple y reposo, el calado infinito de los derechazos y la profundidad de los
naturales. Si Cervantes inventó el soneto con estrambote, Morante creó en esa
faena de gloria el estrambote taurino del terceto de un kirikiriqui, un
trincherazo y un molinete invertido.
Vuelvo, para terminar, a Federico García Lorca: “¿Qué
sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si
dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida?”.
El drama puro y la belleza deslumbrante: nunca
faltaran poetas cuyos versos respondan a la verdad anunciada por esos clarines.
La poesía y los toros van de la mano.
/// ABC / Gonzalo Santonja Gonzalo Santonja es
consejero de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Castilla y León
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