lunes, junio 16, 2025

A 203 AÑOS DE LA ENTRADA DE BOLÍVAR A QUITO Y EL BAILE DE LA VICTORIA

 



Después de la batalla de Pichincha librada por Sucre el 24 de mayo de 1822, El Libertador entró a Quito un día como hoy a las cuatro de la tarde. Iba a caballo por las calles engalanadas de la capital repletas de gente que lo aclamaba. Desde las primeras horas de la mañana, las campanas no habían dejado de sonar, ni los cohetes habían dejado de sonar en el cielo quiteño.


Hoy 16  de junio de 2025 se cumplen 203 años de la triunfal entrada de Bolívar a Quito. Referencias históricas señalan que, de todos los amores de El Libertador, el más célebre fue quizás el de Manuela Sáenz a quien conoció  ese día en esa patriótica ciudad.

Después de la batalla de Pichincha librada por Sucre el 24 de mayo de 1822, El Libertador entró a Quito un día como hoy a las cuatro de la tarde. Iba a caballo por las calles engalanadas de la capital repletas de gente que lo aclamaba. Desde las primeras horas de la mañana, las campanas no habían dejado de sonar, ni los cohetes habían dejado de sonar en el cielo quiteño

Los balcones de la estrecha y empedrada calle principal estaban todos llenos de gente. En el balcón de la lujosa mansión de Don Juan de Larrea, se encontraba el anfitrión, sus familiares y amigos, y una invitada especial Manuela Sáenz de Thorne

El Libertador avanzaba solo, a corta distancia de su séquito. “Llevaba una  sencilla guerrera de alto cuello con una sola medalla y apretados pantalones de ante”. Seguido a distancia por un séquito de jóvenes oficiales regiamente ataviados, Bolívar avanzaba caracoleando suavemente su caballo “Pastor” por el centro de la calle. Saludaba cortésmente hacia ambos lados, mientras a su paso, millones de pétalos de rosas y flores silvestres alfombraban la vía hasta la gran plaza, donde las autoridades oficialmente le darían oficialmente la bienvenida.

Antes de llegar a la plaza el jinete hizo un alto. Estaba frente a un balcón de la mansión de Don Juan de Larrea desde donde salían calurosos aplausos y voces emocionadas que gritaban su nombre, El Libertador detuvo el paso y miró hacia el balcón; saludó, sonrió y volvió la mirada hacia la multitud que en la calle lo aplaudía, justo en ese momento cuando Manuela Sáenz, quien se encontraba al lado de Larrea, impactada por la presencia “del hombre más grande del continente, la encarnación de todos los sueños y entusiasmos, la causa por la que había luchado durante tanto tiempo…” tomó emocionada una de las coronas de laurel preparadas para la celebración, y la tiró a las patas  del caballo del héroe…la corona de desvió y tocó de soslayo el rostro del jinete.

Sorprendido y medio enfadado El Libertador miró hacia arriba, solo para toparse con un par de ojos negros, profundos que asustados pedían perdón, de cuyos ojos, no pudo olvidarse jamás. El Libertador se inclinó galantemente y ceremoniosamente sonrió y perdonó a Manuela Sáenz.

Los últimos rayos del sol de aquel maravilloso día de libertad desaparecieron en el ocaso, cuando en la mansión de Don Juan de Larrea, se encendieron las luces y se extremaban los preparativos para la gran celebración: El baile de La Victoria. La casa de Larrea era una hermosa mansión del más puro estilo español, decorada y amoblada con los más lujosos detalles de la época; con grandes puertas de madera claveteadas, que aquella noche estaban abiertas  de par en par para recibir a sus invitados.

Simón Bolívar había llegado con su Estado Mayor y buena parte de su séquito con rigurosidad militar, a las ocho en punto de la noche, y desde entonces permaneció junto con el anfitrión en el estrado improvisado en el gran salón profusamente iluminado, donde se celebraría el baile. Larrea era adinerado, culto y republicano. Como excelente anfitrión, recibía a cada invitado y lo presentaba por su nombre propio a El Libertador.

Cuando el baile estaba en su apogeo. Sucre se había acercado a Manuela Sáenz y hablaban anímicamente. Sucre estaba conmovido por la valiente actitud de la quiteña en la recién librada batalla de Pichincha, en la tarea de atender a los heridos y convalecientes; enterrar a los muertos; en el gran esfuerzo por reparar la maltrecha dotación de uniformes del ejército, y sobre todo, por la recua de ocho mulas, que Manuela había tomado de la finca de los Aizpuru para donarlos al ejército libertador. Sucre sería de allí en adelante un amigo incondicional, y el mejor defensor de Manuela.

La música continuaba sonando, pero en el animado grupo donde Manuela charlaba con Sucre, por un instante todos guardaron silencio. Manuela se vuelve, y también calla, porque alguien se inclinaba ceremoniosamente ante ella invitándola a bailar: era Simón Bolívar. Era el turno de Manuela Sáenz. A un vals siguió a otro vals. A un minué, otro minué. Entre danza y contradanza Bolívar y Manuela hablaban, reían y continuaban bailando. Como tratando de preservar el espacio, no se alejaban de la pista… Él hablaba y ella lo oía seriamente, o ella hablaba y él reía alegremente y despreocupadamente…El Libertador no salía de su asombro. Era ella, la misma joven del episodio de la corona de laurel, la de los ojos negros profundos que lo habían encendido, minutos antes cuando la presentación. Bailaba también como él. Sabía oír y callar. Reía con facilidad, y sus preguntas sobre la guerra eran tan precisas, que a él ni le quedaba más que responderle como lo hubiera hecho un joven oficial acostumbrado a los campos de batalla.

Bien pasada la media noche la fiesta llegó a su fin. El Libertador fue despidiéndose discretamente de los invitados que iba encontrando a su paso. De repente, quienes buscaban a Bolívar con intenciones de despedirse de él, no lo encontraron. Bolívar se había marchado. Y, Manuela?...  Manuela también se había marchado…


/// Alfonso Castro Escalante, miembro Honorario de la  Sociedad Bolivariana del Estado Mérida.

/// Crónica montada por mi hija Endrina. Aún estoy en recuperación de mi operación de Cataratas.

/// Fuentes consultadas: Víctor W. Von Hagen. La Amante Inmortal. N° 23. Caracas Colección. Libros revista Bohemia. Bloque de Armas 1984.

/// Vinicio Romero Martínez. Aventuras de Bolívar. (Autobiografía del Libertador) N° 67. Caracas. Colección. Libros revista Bohemia. Bloque de Armas 1984

/// Carlos Fragúndez y Carmen Marcano de Fragúndez. Simón Bolívar. Historia de un Gran Amor -Manuela Sáenz. Caracas. Ediciones Monte Sacro C.A. 2013



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