Después de la batalla de
Pichincha librada por Sucre el 24
de mayo de 1822, El Libertador entró
a Quito un día como hoy a las cuatro
de la tarde. Iba a caballo por las calles engalanadas de la capital repletas de
gente que lo aclamaba. Desde las primeras horas de la mañana, las campanas no
habían dejado de sonar, ni los cohetes habían dejado de sonar en el cielo
quiteño.
Hoy 16 de junio de 2025 se cumplen 203 años de la triunfal entrada de Bolívar a Quito. Referencias históricas señalan que, de todos los amores de El Libertador, el más célebre fue quizás el de Manuela Sáenz a quien conoció ese día en esa patriótica ciudad.
Después
de la batalla de Pichincha librada
por Sucre el 24 de mayo de 1822, El Libertador entró a Quito un día como hoy a las cuatro de
la tarde. Iba a caballo por las calles engalanadas de la capital repletas de
gente que lo aclamaba. Desde las primeras horas de la mañana, las campanas no
habían dejado de sonar, ni los cohetes habían dejado de sonar en el cielo
quiteño
Los
balcones de la estrecha y empedrada calle principal estaban todos llenos de
gente. En el balcón de la lujosa mansión de Don Juan de Larrea, se encontraba el anfitrión, sus familiares y amigos,
y una invitada especial Manuela Sáenz de
Thorne
El
Libertador avanzaba solo, a corta distancia de su séquito. “Llevaba una sencilla guerrera de alto cuello con una sola
medalla y apretados pantalones de ante”. Seguido a distancia por un séquito
de jóvenes oficiales regiamente ataviados, Bolívar
avanzaba caracoleando suavemente su caballo “Pastor” por el centro de la calle. Saludaba cortésmente hacia ambos
lados, mientras a su paso, millones de pétalos de rosas y flores silvestres
alfombraban la vía hasta la gran plaza, donde las autoridades oficialmente le
darían oficialmente la bienvenida.
Antes
de llegar a la plaza el jinete hizo
un alto. Estaba frente a un balcón de la mansión de Don Juan de Larrea desde donde salían calurosos aplausos y voces
emocionadas que gritaban su nombre, El
Libertador detuvo el paso y miró hacia el balcón; saludó, sonrió y volvió
la mirada hacia la multitud que en la calle lo aplaudía, justo en ese momento
cuando Manuela Sáenz, quien se
encontraba al lado de Larrea, impactada por la presencia “del hombre más grande del continente, la encarnación de todos los
sueños y entusiasmos, la causa por la que había luchado durante tanto tiempo…”
tomó emocionada una de las coronas de laurel preparadas para la celebración, y
la tiró a las patas del caballo del
héroe…la corona de desvió y tocó de soslayo el rostro del jinete.
Sorprendido
y medio enfadado El Libertador miró
hacia arriba, solo para toparse con un par de ojos negros, profundos que
asustados pedían perdón, de cuyos ojos, no pudo olvidarse jamás. El Libertador se inclinó galantemente y
ceremoniosamente sonrió y perdonó a Manuela
Sáenz.
Los
últimos rayos del sol de aquel maravilloso día de libertad desaparecieron en el
ocaso, cuando en la mansión de Don Juan
de Larrea, se encendieron las luces y se extremaban los preparativos para
la gran celebración: El baile de La
Victoria. La casa de Larrea era
una hermosa mansión del más puro estilo español, decorada y amoblada con los
más lujosos detalles de la época; con grandes puertas de madera claveteadas,
que aquella noche estaban abiertas de par en par para recibir a sus
invitados.
Simón Bolívar había
llegado con su Estado Mayor y buena
parte de su séquito con rigurosidad militar, a las ocho en punto de la noche, y
desde entonces permaneció junto con el anfitrión en el estrado improvisado en
el gran salón profusamente iluminado, donde se celebraría el baile. Larrea era adinerado, culto y
republicano. Como excelente anfitrión, recibía a cada invitado y lo presentaba
por su nombre propio a El Libertador.
Cuando
el baile estaba en su apogeo. Sucre
se había acercado a Manuela Sáenz y
hablaban anímicamente. Sucre estaba
conmovido por la valiente actitud de la quiteña en la recién librada batalla de
Pichincha, en la tarea de atender a
los heridos y convalecientes; enterrar a los muertos; en el gran esfuerzo por
reparar la maltrecha dotación de uniformes del ejército, y sobre todo, por la
recua de ocho mulas, que Manuela
había tomado de la finca de los Aizpuru
para donarlos al ejército libertador.
Sucre sería de allí en adelante un
amigo incondicional, y el mejor defensor de Manuela.
La
música continuaba sonando, pero en el animado grupo donde Manuela charlaba con Sucre,
por un instante todos guardaron silencio. Manuela
se vuelve, y también calla, porque alguien se inclinaba ceremoniosamente ante
ella invitándola a bailar: era Simón
Bolívar. Era el turno de Manuela
Sáenz. A un vals siguió a otro vals. A un minué, otro minué. Entre danza y contradanza Bolívar y Manuela hablaban, reían y continuaban bailando. Como tratando de
preservar el espacio, no se alejaban de la pista… Él hablaba y ella lo oía
seriamente, o ella hablaba y él reía alegremente y despreocupadamente…El Libertador no salía de su asombro.
Era ella, la misma joven del episodio de la corona de laurel, la de los ojos
negros profundos que lo habían encendido, minutos antes cuando la presentación.
Bailaba también como él. Sabía oír y callar. Reía con facilidad, y sus
preguntas sobre la guerra eran tan precisas, que a él ni le quedaba más que responderle
como lo hubiera hecho un joven oficial acostumbrado a los campos de batalla.
Bien
pasada la media noche la fiesta llegó a su fin. El Libertador fue despidiéndose discretamente de los invitados que
iba encontrando a su paso. De repente, quienes buscaban a Bolívar con intenciones de despedirse de él, no lo encontraron. Bolívar se había marchado. Y, Manuela?... Manuela también se había marchado…
///
Alfonso Castro Escalante, miembro Honorario de la Sociedad Bolivariana
del Estado Mérida.
/// Crónica montada por mi hija Endrina. Aún estoy en recuperación de
mi operación de Cataratas.
/// Fuentes consultadas: Víctor W. Von Hagen. La Amante Inmortal.
N° 23. Caracas Colección. Libros revista Bohemia. Bloque de Armas 1984.
/// Vinicio Romero Martínez. Aventuras de Bolívar. (Autobiografía del
Libertador) N° 67. Caracas. Colección. Libros revista Bohemia. Bloque de Armas
1984
/// Carlos Fragúndez y Carmen Marcano de Fragúndez. Simón Bolívar.
Historia de un Gran Amor -Manuela Sáenz. Caracas. Ediciones Monte Sacro C.A.
2013
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