Iván Fandiño corta tres orejas. Foto Oswaldo Páez |
Algo
le tocaba muy dentro. A simple vista, ahí en el callejón, mientras esperaba su
primer turno, Iván Fandiño quería salirse del caña y oro con que había decidido
vestirse. Y lo hizo, para marcharse por la puerta grande con tres orejas en sus
manos; esas mismas que le sirvieron para triunfar y, lo más importante quizás:
para reencontrarse consigo mismo.
El
torero vasco tiene mucho entre pecho espalda de qué echar mano. Primero, raza.
Para ponerse en ese sitio en el que los muletazos valen, por la sencilla razón
de que son ciertos.
Los
ejecutó en el sexto, al que le cortó las dos orejas, en una faena en la que
asomaron, por igual, variedad en el capote y sapiencia para no obligar un toro
que tenía los pases justos, aquellos que Iván supo dar en los medios, siempre
con la panza del trapo como señuelo.
Y
eso que llamamos ‘accesorio’ –manoletinas o bernadinas – las elevó a
fundamentales cuando se pasó los pitones a milímetros, en ceñidas ejecuciones.
Menos mal, apagó las voces que clamaban un indulto de dónde no había y con el
acero fue a cobrar lo que tanto mereció.
En el tercero también dejó la firma en un quite que se
vivió entre la emoción y el respeto.
Tuvo temple con un toro que acompañó las embestidas hasta el final del viaje
por el derecho, porque por el otro se tornó bronco y áspero. Allí también, al
cierre de la lidia, Iván rindió homenaje a Manuel Rodríguez y a Joaquín
Bernadó, para dejar enseguida una espada entera que le valió la otra oreja.
Y hubo algo más, o mejor, hubo mucho más si uno se
detiene en esa sinfonía inconclusa de El Juli, al que la suerte,
vestida de acero, impidió una puerta grande cantada. ¿Qué es torear? Esa eterna
pregunta que tantas veces nos hacemos, tiene también respuesta en esa faena del
Maestro, quien supo ver antes y mejor que nadie, las excelsas condiciones de un
toro, el segundo de la tarde, al que había que hacerle las cosas bien.
Y como esa es su especialidad, pues ahí pasaron varios
capítulos de su tauromaquia. Por ejemplo, el toreo fundamental de capote. O
esas chicuelinas bajas en que asomó por momentos la escoba legendaria reservada
solo a los grandes.
Y, sí, ese brazo largo que supo llevar ritmo
y compás de un animal que metía la cara hasta dejar surcos en Cañaveralejo.
Poderío y gusto hubo en Julián cuando se rompió con cada embestida, mientras el
toro se enroscaba a su cintura, en terrenos que pocos, muy pocos, pueden pisar.
Pero
faltó esa pizca de aquello que él no admite como suerte sino que, seguro,
llamará imperfección. Y lo que era un faenón quedó como simple anécdota, aunque
quienes lo degustaron lo sabrán agradecer siempre. Una oreja e injusto olvido
al toro en el arrastre, digno de un reconocimiento de peso desde el Palco.
La
cruz de la moneda y de la tarde le cayó en el quinto, un manso perdido al que
El Juli no pudo encontrarle algo bueno. Ovación al esfuerzo.
Tampoco pudo sacar petróleo Sebastián Vargas con los suyos. Al primero de la tarde le administró suavidad a raudales, pero no obtuvo recompensa de un toro que había dejado la alegría en casa.
Tampoco pudo sacar petróleo Sebastián Vargas con los suyos. Al primero de la tarde le administró suavidad a raudales, pero no obtuvo recompensa de un toro que había dejado la alegría en casa.
El cuarto, en cambio,
pareció tomar con decisión el trapo rojo cuando le propusieron pero no pudo
encontrar en cambio ese segundo muletazo que es, no sólo importante sino
definitivo. Entonces, lo que pudo ser, no fue. Silencio y palmas al toro en el
arrastre.
Cali.
Jueves 27-12-12. Toros de Las Ventas del Espíritu Santo,
manejables en general. Sebastián
Vargas: Aplausos y silencio; El Juli: Oreja y ovación; Iván Fandiño: Oreja y
dos orejas. Entrada:
Casi lleno
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