viernes, diciembre 28, 2012

Iván Fandiño a hombros en Cañaveralejo


Iván Fandiño corta tres orejas.  Foto Oswaldo Páez

Algo le tocaba muy dentro. A simple vista, ahí en el callejón, mientras esperaba su primer turno, Iván Fandiño quería salirse del caña y oro con que había decidido vestirse. Y lo hizo, para marcharse por la puerta grande con tres orejas en sus manos; esas mismas que le sirvieron para triunfar y, lo más importante quizás: para reencontrarse consigo mismo.
  
El torero vasco tiene mucho entre pecho espalda de qué echar mano. Primero, raza. Para ponerse en ese sitio en el que los muletazos valen, por la sencilla razón de que son ciertos.

Los ejecutó en el sexto, al que le cortó las dos orejas, en una faena en la que asomaron, por igual, variedad en el capote y sapiencia para no obligar un toro que tenía los pases justos, aquellos que Iván supo dar en los medios, siempre con la panza del trapo como señuelo.

Y eso que llamamos ‘accesorio’ –manoletinas o bernadinas – las elevó a fundamentales cuando se pasó los pitones a milímetros, en ceñidas ejecuciones. Menos mal, apagó las voces que clamaban un indulto de dónde no había y con el acero fue a cobrar lo que tanto mereció.
En el tercero también dejó la firma en un quite que se vivió entre la emoción y el respeto. Tuvo temple con un toro que acompañó las embestidas hasta el final del viaje por el derecho, porque por el otro se tornó bronco y áspero. Allí también, al cierre de la lidia, Iván rindió homenaje a Manuel Rodríguez y a Joaquín Bernadó, para dejar enseguida una espada entera que le valió la otra oreja.

Y hubo algo más, o mejor, hubo mucho más si uno se detiene en esa sinfonía inconclusa de El Juli, al que la suerte, vestida de acero, impidió una puerta grande cantada. ¿Qué es torear? Esa eterna pregunta que tantas veces nos hacemos, tiene también respuesta en esa faena del Maestro, quien supo ver antes y mejor que nadie, las excelsas condiciones de un toro, el segundo de la tarde, al que había que hacerle las cosas bien.

Y como esa es su especialidad, pues ahí pasaron varios capítulos de su tauromaquia. Por ejemplo, el toreo fundamental de capote. O esas chicuelinas bajas en que asomó por momentos la escoba legendaria reservada solo a los grandes.

Y, sí, ese brazo largo que supo llevar ritmo y compás de un animal que metía la cara hasta dejar surcos en Cañaveralejo. Poderío y gusto hubo en Julián cuando se rompió con cada embestida, mientras el toro se enroscaba a su cintura, en terrenos que pocos, muy pocos, pueden pisar.

Pero faltó esa pizca de aquello que él no admite como suerte sino que, seguro, llamará imperfección. Y lo que era un faenón quedó como simple anécdota, aunque quienes lo degustaron lo sabrán agradecer siempre. Una oreja e injusto olvido al toro en el arrastre, digno de un reconocimiento de peso desde el Palco.

La cruz de la moneda y de la tarde le cayó en el quinto, un manso perdido al que El Juli no pudo encontrarle algo bueno. Ovación al esfuerzo.

Tampoco pudo sacar petróleo Sebastián Vargas con los suyos. Al primero de la tarde le administró suavidad a raudales, pero no obtuvo recompensa de un toro que había dejado la alegría en casa.

El cuarto, en cambio, pareció tomar con decisión el trapo rojo cuando le propusieron pero no pudo encontrar en cambio ese segundo muletazo que es, no sólo importante sino definitivo. Entonces, lo que pudo ser, no fue. Silencio y palmas al toro en el arrastre.

Cali. Jueves 27-12-12. Toros de Las Ventas del Espíritu Santo, manejables en general. Sebastián Vargas: Aplausos y silencio; El Juli: Oreja y ovación; Iván Fandiño: Oreja y dos orejas. Entrada: Casi lleno

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